Danae
El amanecer en la mansión Montenegro era silencioso, casi demasiado. Los pasillos parecían tragarse los sonidos, como si las paredes supieran guardar secretos. Caminaba hacia la cocina pensando solo en un café, cuando lo vi.
Un enorme arreglo floral, colocado sobre la isla central de mármol. No era el típico ramo que enviarías por cortesía. No. Esto era otra cosa. Rosas negras mezcladas con lirios blancos, un contraste tan dramático que parecía calculado para provocar una reacción.
Había una tarjeta.
Mis dedos dudaron antes de tomarla.
Danae Kovac.
En un mundo de voces, la tuya merece ser escuchada.
—A. Loumet
Loumet.
El pulso me latía en las muñecas. No había hecho nada para llamar la atención de Adrian Loumet, y sin embargo ahí estaba el mensaje. Directo, elegante, y peligrosamente personal.
Por instinto, miré alrededor. Nadie. Solo yo y esas flores que parecían observarme.
Parte de mí quería guardar la tarjeta, otra parte quería romperla y tirarla.
Me decidí por lo primero.
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