La cascada seguía rugiendo como un secreto compartido con la selva. El agua caía con fuerza, formando un velo plateado bajo la luz de la luna. Rebeca, aún empapada, se detuvo en medio del remanso, con el cabello pegado a su rostro y la respiración agitada. Sentía el calor del deseo mezclarse con el frío del agua, y la cercanía de Giulio Romano volvía ese contraste aún más peligroso.
Él la observaba desde unos pasos atrás, con el torso desnudo y el pantalón empapado, aferrando la mirada en cada movimiento de ella. La tensión era palpable; no hacía falta que ninguno dijera una palabra.
Cuando Giulio avanzó, decidido a tomar lo que ella había provocado, Rebeca levantó una mano con firmeza, su palma tocando el pecho de él.
—No… aquí no. —Su voz salió suave, pero cargada de autoridad.
Giulio frunció el ceño, sin apartar su cuerpo del de ella.
—¿Por qué? —preguntó con esa mezcla de frustración y deseo que lo devoraba por dentro.
Rebeca arqueó una ceja, como si su calma pudiera con la tempes