El muelle estaba en silencio, roto solo por el chirrido de las olas golpeando los barcos amarrados. La niebla cubría el lugar como un manto, espesando el aire y dificultando la visión. Giulio, Dimitri y Giovanni avanzaban con pasos decididos, atentos a cada sonido. La información era clara: Franco tenía a Isabella en una de las bodegas. Lo que no sabían era cuántos hombres lo acompañaban… o si ellos mismos no estaban caminando directo hacia una emboscada.
—Mantengan los ojos abiertos —susurró Giulio, con la voz baja pero firme—. Esto no va a ser fácil.
Los contenedores se alzaban a ambos lados, formando pasillos oscuros que parecían tragarse la luz. Al llegar al primer galpón, las luces parpadeantes apenas revelaban la escena: hombres armados aguardaban, listos para abrir fuego.
De entre las sombras surgió Franco, con una sonrisa ladina y la pistola colgando del costado.
—Vaya, Mancini —dijo con desdén—. Veo que todavía sabes llamar la atención. Pero no importa… esta noche tu apellido