El quirófano estaba sumido en una luz blanca y casi cegadora. Cada herramienta metálica parecía emitir un brillo propio, un recordatorio cruel de que allí se esculpiría un rostro nuevo, un destino irreconocible. Rebeca se recostó en la camilla, respirando con lentitud, midiendo cada inhalación. Cada latido de su corazón era un tambor que marcaba el inicio de su renacimiento.Semanas de entrenamiento habían llevado su cuerpo al límite: boxeo, tiro al blanco, artes marciales. Cada cicatriz, cada músculo endurecido, cada movimiento medido eran prueba de su determinación. Sin embargo, frente al espejo, aún veía a Isabella Mancini. Esa cara que Giulio Romano había querido borrar del mundo, la joven que había perdido todo. Y mientras existiera ese reflejo, siempre sería perseguida.—Hoy termina Isabella —susurró, apenas audible para sí misma, mientras el anestesista ajustaba la máscara.El viaje fue un descenso al infierno: anestesia profunda, bisturís, fragmentos de recuerdos flotando como
Leer más