Las explosiones comenzaron antes de que el sol terminara de alzarse.
Las llamas se alzaban desde los depósitos del muelle, tiñendo de rojo el amanecer. Los disparos resonaban como tambores de guerra mientras los hombres de Giulio avanzaban entre el humo, cubriéndose tras los restos de los contenedores calcinados.
Giulio caminaba entre ellos con paso firme, la mirada fija, el rostro endurecido por la rabia.
Sabía que Franco estaba allí.
Sabía que lo esperaba.
Desde el primer disparo, entendió que su hermano había planeado esa trampa con la precisión de un relojero… pero esta vez, él no sería la presa.
Franco conocía cada movimiento de Giulio… pero Giulio también conocía cada pensamiento de Franco.
Eran gemelos. Dos caras del mismo pecado.
La diferencia era que uno todavía recordaba lo que era tener alma.
Isabella casi había muerto dos veces por culpa de Franco, y eso había sido suficiente para despertar algo que Giulio había jurado enterrar: su demonio.
Organizó a sus hombres con frial