La noticia se propagó como fuego entre los clanes.
El cuerpo de **Franco Romano** había sido hallado en una bodega del puerto, con un solo disparo en la cabeza.
La policía, por supuesto, no tardó en archivar el caso como un “ajuste interno”, pero en el bajo mundo nadie se engañó.
El mensaje era claro, brutal y perfectamente calculado.
La heredera perdida de los Mancini había vuelto.
Durante años, los rumores sobre la supervivencia de Isabella Mancini se habían considerado leyendas. Algunos la llamaban la sombra blanca, otros aseguraban que había muerto junto a su familia en el ataque que destruyó el imperio Mancini.
Pero ahora, con el cadáver de Franco expuesto como advertencia, todos entendieron que el linaje Mancini no solo seguía vivo, sino que había reclamado venganza.
En las reuniones de los clanes, los nombres Isabella Mancini y Giulio Romano comenzaron a pronunciarse con cautela.
Nadie comprendía del todo qué tipo de relación los unía: unos hablaban de un pacto de poder, otros