El golpe en la puerta había sorprendido a Rebeca en pleno relato a Dimitri. Caminaba por su habitación, con el ceño fruncido, recordando cada detalle del encontronazo con Luciana.
—Bien… debo cortar —dijo en voz baja, acercándose a la mirilla.
La figura de Giulio Romano llenaba el pasillo. El hombre no hacía el menor esfuerzo por ocultar la impaciencia de su postura.
—Está bien, pero mantente alerta —respondió Dimitri del otro lado de la llamada—. Y me mantienes al tanto.
—Lo haré. Prepara mi viaje para después del mediodía… te veré en la noche.
Colgó con firmeza y abrió la puerta apenas lo suficiente para quedar frente a él. Su mirada se endureció al reconocer la intensidad de los ojos de Giulio, clavados en ella. Él, por su parte, no pudo evitar recorrerla con la vista; el escote del vestido aún dejaba entrever la piel marcada por los arañazos, y la imagen lo sacudió con una mezcla de rabia y deseo.
—¿Puedo pasar? —preguntó, con la voz grave, intentando sonar calmado.
Rebeca se sost