La habitación quedó en silencio tras aquel beso que había comenzado con violencia y terminado en un incendio que ninguno de los dos esperaba. Giulio la miraba con los labios húmedos, aún sorprendido de que después de abofetearlo, ella lo hubiera atraído para besarlo como si la rabia y el deseo fueran parte de la misma llama. Rebeca, con el pecho agitado, fue la primera en apartarse, apretando los puños y buscando recuperar la compostura.
Giulio dio un paso al frente, intentando recuperar ese instante, pero ella, endureciendo su mirada, lo detuvo con una sola frase:
—Largo… fuera de mi habitación.
El tono fue cortante, tan helado que ni un soldado habría osado desobedecer. Giulio se quedó inmóvil unos segundos, evaluando la firmeza en sus ojos. No había duda: si insistía, ella no se quebraría, lo enfrentaría como a cualquiera de sus enemigos.
El silencio pesó entre ellos. Él suspiró con frustración, pero al mismo tiempo con una especie de admiración que no podía ocultar. Asintió lentam