Las lágrimas resbalaron por mis sienes mientras soltaba una tos suave y deliberada.
Toda la actitud de Vicente cambió de inmediato.
Irrumpió en la habitación con el rostro cargado de preocupación, sosteniendo un ramo de mis rosas blancas favoritas. —¿Isabela, estás despierta?
Mantuve la expresión vacía, como si no hubiera escuchado nada.
—¿Cómo te sientes? El doctor dijo que tú y el bebé están bien.
Se sentó al borde de la cama y me tomó de la mano.
—Vamos a tener un bebé. —Dije, mirándolo a los ojos. —¿Estás feliz?
—Claro que sí. —Besó el dorso de mi mano. —Esto es un milagro.
Un milagro que planeaba dejar huérfano.
—Vicente, te amo. —Susurré, abrazándolo. —Pase lo que pase, siempre confiaré en ti.
Su cuerpo se tensó por una fracción de segundo.
—Yo también te amo, Isabela. Para siempre.
“Para siempre”. Qué chiste era esa palabra en sus labios.
Al día siguiente, estalló un escándalo.
La portada de Revista Arte Semanal soltó una bomba:
“¿GENIA O FRAUDE? ¡ACUSAN A SOFÍA MARTÍNEZ DE PLAGIO!”
Estaba sentada en la sala viendo el reportaje en televisión.
—Una fuente anónima alega que muchas de las obras emblemáticas de Sofía Martínez fueron robadas a la aclamada artista Isabela Torres, quien no ha podido crear desde un trágico accidente hace tres años...
Vicente bajó las escaleras como una tormenta, el rostro hecho un trueno.
—¿Fuiste tú? —Me tomó por los hombros. —¿Tú filtraste esto?
—No sé de qué estás hablando.
—¡Isabela! ¿Vas a seguir fingiendo que eres inocente? —Me sacudió. —¿Tienes idea del problema que le estás causando a esta familia?
—Si las obras son mías, ¿por qué no puedo decirlo? —Lo empujé. —¿O tienes miedo de la verdad?
¡Crac!
Volvió a abofetearme.
—¡Basta! ¡No dirás ni una maldita palabra más sobre esto!
Me sujeté la mejilla ardiente, negándome a dejarle ver mis lágrimas.
Esa misma tarde, Vicente organizó una rueda de prensa urgente en nuestra sala, abarrotada de periodistas.
Sofía estaba sentada en el sofá, luciendo como un ángel frágil y agraviado.
—Damas y caballeros, los he convocado para aclarar un rumor malicioso. —Comenzó Vicente, con un tono solemne. —Las acusaciones de plagio contra Sofía Martínez son totalmente infundadas.
—Señor Torres, ¿qué hay de las declaraciones de su esposa? —Gritó un reportero.
Vicente inhaló hondo, y sus ojos se alzaron fugazmente hacia donde yo estaba de pie, en el descanso de la escalera.
—Isabela... ha estado inestable mentalmente desde hace algún tiempo. —Dijo, con la voz cargada de falsa tristeza. —Sufre de delirios. Una lesión nerviosa hace tres años le impidió volver a crear.
La sala estalló en murmullos.
—¿Está diciendo que su esposa tiene problemas mentales?
—Me duele admitirlo, pero... sí. Necesita ayuda profesional. Intenté mantener esto en privado, pero su condición ya está afectando a personas inocentes.
Mis piernas fallaron y me dejé caer en los escalones.
Estaba diciéndole al mundo entero que yo estaba loca.
Sofía alzó la mirada, las lágrimas le corrían por las mejillas.
—Entiendo el dolor de Isabela. —Lloriqueó. —Pero no puedo permitir que se me calumnie. Estas obras son mías, y tengo los bocetos que lo prueban.
—¿Piensan hacer pública esa evidencia?
—Por supuesto. —Respondió Vicente. —Proveeremos todo: bocetos, notas, marcas de tiempo. Todo.
Yo sabía que esa "evidencia" era una mentira.
Pero ¿quién me creería ahora?
Después de la rueda de prensa, comenzó una campaña de difamación.
“El colapso trágico de Isabela Torres…”
“Pobre Sofía, víctima de una mujer desequilibrada…”
“La psicosis de la esposa del mafioso: de princesa a paria.”
Mi teléfono no dejaba de sonar con llamadas de amigos, colegas, desconocidos.
Lo apagué y me encerré en mi habitación.