Había algo en el aire esa noche, una mezcla de inquietud y determinación que me envolvía mientras me adentraba en el corazón de la manada, hacia aquel lugar que casi nadie visitaba: el archivo antiguo, un sótano frío y polvoriento donde se guardaban los secretos que nadie quería recordar.
El eco de mis pasos retumbaba en las paredes de piedra mientras abría la pesada puerta de madera, una sensación extraña me recorrió el cuerpo, como si estuviera a punto de descubrir algo que cambiaría todo.
Los viejos documentos estaban apilados en estantes oxidados, amarillentos por el paso del tiempo. El olor a papel viejo y humedad me hizo cerrar los ojos un instante y respirar profundo.
Me senté en una mesa cubierta de polvo y empecé a revisar cajas y carpetas, buscando cualquier indicio que pudiera explicar el verdadero motivo del compromiso de Aiden. No era solo política o tradición, había algo más, algo que él no me decía.
Mientras hojeaba unos pergaminos con el sello de la manada, una foto cayó al suelo. La recogí y la luz de la lámpara reveló a dos figuras: una mujer joven, con ojos intensos y una expresión triste, y un hombre de mirada fría, claramente un alfa. La mujer me resultaba extrañamente familiar.
De repente, un nombre me saltó a la vista en un contrato antiguo: “Alianza por sangre y poder entre las manadas de Blackwood y Nightshade”. Lo que seguía hablaba de un pacto firmado décadas atrás, sellado con promesas de lealtad y sacrificio.
Sentí un nudo en la garganta. ¿Era posible que el compromiso de Aiden fuera parte de algo mucho más profundo y oscuro que la simple política?
Con el corazón acelerado, seguí leyendo y encontré una carta oculta dentro del libro más antiguo. Era de la madre de Aiden, dirigida a alguien llamado “L”, firmando su amor y arrepentimiento por decisiones que marcarían para siempre a sus hijos.
Cada palabra me atravesaba como una daga, revelando secretos familiares dolorosos que nunca imaginé. La madre de Aiden había sacrificado sus deseos y su felicidad por proteger algo que nadie podía comprender del todo.
En ese momento, comprendí que lo que yo había interpretado como frialdad o indiferencia, era en realidad una prisión invisible hecha de deberes y heridas profundas.
Dejé caer la carta y me apoyé en la mesa, intentando absorber la magnitud de lo que acababa de descubrir.
Entonces, un susurro detrás de mí me hizo girar. Era Aiden, con los ojos cargados de preocupación y algo parecido a la culpa.
—Luna —dijo, con voz ronca—, no sabía que habías venido aquí.
Lo miré, sin saber si estaba lista para enfrentar la verdad completa, pero con la certeza de que ya no podía dar marcha atrás.
—¿Por qué nunca me lo contaste? —pregunté, sosteniendo la carta temblorosa—. ¿Por qué me mantuviste fuera de esto?
Él respiró hondo y se acercó, su presencia imponía respeto y deseo a la vez.
—Porque creí que si lo sabías, te alejarías de mí para siempre —admitió con dolor—. Pero también porque no estaba seguro de qué podía hacer para cambiarlo.
La tensión entre nosotros creció, no solo por lo que nos unía, sino por las cadenas invisibles que el pasado había tejido a nuestro alrededor.
—Algunas heridas solo cicatrizan si alguien las entiende —le dije, la voz quebrada pero firme—. Y yo quiero entender, Aiden. Quiero pelear por nosotros, pero necesito que seas sincero conmigo.
Él me tomó la mano, su tacto era cálido y real, y por primera vez, sentí que no estábamos solos en esta batalla.
El silencio se llenó de promesas no dichas, de secretos compartidos y de una nueva esperanza que comenzaba a abrirse paso entre las sombras.
Sabía que lo que había descubierto no sería fácil de digerir, ni para mí ni para él, pero también que la verdad era el primer paso para romper las cadenas que nos mantenían atrapados.
Y en ese sótano oscuro, bajo el peso de generaciones de secretos, decidí que no iba a dejar que nada ni nadie dictara nuestro destino.
Porque a veces, para sanar, hay que enfrentar el dolor que otros quisieron ocultar.
Y yo estaba lista para hacerlo, aunque eso significara arriesgarlo todo.
Sentada en aquel sótano, con la carta de la madre de Aiden entre mis manos, la realidad parecía pesar más de lo que mi corazón podía soportar. La verdad no solo sacudía mi mundo, sino que abría una herida profunda, una que no podía cerrar con simples palabras ni promesas vagas.
Aiden permanecía a mi lado, con una mirada que mezclaba frustración y tristeza, y por un momento, el silencio fue el único lenguaje entre nosotros.
—Tienes que saber —empezó él con voz baja, apenas un susurro—, que todo esto me ha perseguido desde que tengo memoria. La presión de cumplir con un destino que nunca elegí.
Su confesión me atravesó como un puñal. ¿Cuántas veces había sentido lo mismo, atrapada en mis propias cadenas invisibles? Sin dudarlo, le apreté la mano, como un gesto silencioso de alianza, de que no estaba sola en esa lucha.
—¿Y qué esperas de mí? —pregunté, buscando no solo una respuesta, sino una conexión que aún se nos resistía.
Aiden bajó la mirada, la lucha interna era evidente, como si cada palabra que pronunciara fuera una batalla ganada y otra perdida.
—Quiero que entiendas que no todo es tan simple como parece. Que el compromiso no es solo un contrato, es un legado que mi familia espera que honre, aunque duela.
Puse la carta sobre la mesa y, con un suspiro profundo, traté de ordenar mis pensamientos. La historia de su madre no solo explicaba su distancia y su frío, también me mostraba un hombre que llevaba una carga demasiado pesada para su edad.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —mi voz sonó más débil de lo que esperaba, vulnerable.
Aiden se acercó un poco más, la tensión entre nosotros se hizo tangible, como una corriente eléctrica que nos mantenía en un punto exacto entre la proximidad y el abismo.
—Lo que tú y yo decidamos ahora definirá nuestro futuro —dijo con una intensidad que hizo que mi corazón se acelerara—. No quiero perderte, pero tampoco quiero que sufras por algo que está fuera de nuestro control.
El peso de sus palabras me golpeó con fuerza. ¿Podía nuestro amor sobrevivir a un pasado tan oscuro? ¿O estábamos destinados a ser víctimas de las cadenas invisibles que nos ataban?
En ese instante, quise olvidarlo todo, cerrar los ojos y dejarme llevar por el deseo que nos consumía desde que nos vimos por primera vez. Pero algo dentro de mí gritaba que esa no era la solución.
Me aparté ligeramente, buscando aire, espacio para respirar.
—No puedo ser la pieza sacrificada de nadie —le dije con firmeza—, ni de ellos ni de ti.
Sus ojos se abrieron con sorpresa y un destello de dolor, pero también de respeto.
—Entonces lucharemos juntos —prometió—. Pero debes saber que el camino será difícil.
La noche avanzaba y la oscuridad del sótano parecía menos opresiva, como si compartir la verdad hubiera liberado algo atrapado en nuestro interior.
Sabía que no sería fácil enfrentar a la manada, desentrañar todos los secretos y cambiar el destino que otros habían escrito por nosotros.
Pero también estaba segura de una cosa: no iba a dejar que el miedo o las expectativas definieran quién era ni a quién amaba.
Porque amar a Aiden era, sin duda, una batalla constante, pero también la lucha que estaba dispuesta a pelear hasta el final.
Y en medio de aquella tensión y esos secretos, una nueva fuerza comenzaba a nacer entre nosotros: la voluntad de ser dueños de nuestro propio destino.
Por primera vez, sentí que el futuro no estaba escrito en piedra, sino que podíamos moldearlo con nuestras propias manos, a pesar de las cadenas invisibles que trataban de sujetarnos.
Y con esa convicción, me levanté del suelo, lista para enfrentar lo que viniera, con el corazón herido pero valiente.
Porque algunas heridas solo cicatrizan si alguien las entiende.
Y yo estaba dispuesta a entender, a pelear y a amar sin condiciones.
Aunque el camino fuera oscuro y tortuoso, esa era mi verdad.
Y no iba a renunciar a ella por nada ni por nadie.