Nunca imaginé que un simple giro del destino me arrastraría de nuevo hacia él, hacia Aiden, justo cuando creía haber encontrado un respiro en la distancia. Pero ahí estaba, a pocos pasos, en un instante que parecía suspendido entre la realidad y un sueño imposible.
El aire se volvió denso, cargado de una electricidad que erizaba mi piel. No solo era la presencia de Aiden, sino la vulnerabilidad que, por primera vez, parecía brillar en sus ojos oscuros. Un destello que no había visto antes, como si, por fin, las máscaras se hubieran caído.
—Luna —su voz sonó más suave de lo que esperaba, sin esa frialdad que me había acostumbrado a temer—. No pensé que te encontraría aquí.
Lo observé, sintiendo que mi corazón se negaba a latir con normalidad. Había rabia y miedo mezclados con un deseo que me consumía, como fuego que no podía apagar ni con toda la razón del mundo.
—¿Y qué haces tú aquí? —respondí, intentando que mi voz sonara firme, aunque por dentro un torbellino me sacudía.
Él dio un paso hacia mí, la distancia entre nosotros disminuyendo hasta que apenas un suspiro nos separaba.
—Buscaba respuestas —admitió, y en ese momento vi en sus ojos esa ternura que siempre negaba—. Y tal vez, también buscaba encontrarte a ti.
La contradicción me atravesó como una flecha: cómo podía odiarlo y desearlo al mismo tiempo, cómo esa mezcla de sentimientos hacía que mi cuerpo respondiera sin control.
Quise apartarme, pero mi cuerpo se negó a obedecer. En cambio, me quedé allí, cautiva de su mirada, sintiendo que cada palabra y cada silencio hablaban más que cualquier confesión.
—¿Por qué ahora? —pregunté, tratando de entender la confusión que sentía.
—Porque no puedo seguir escondiendo lo que siento —confesó con un suspiro—. Porque tú has despertado algo que creí perdido.
El calor de su aliento rozando mi rostro me hizo cerrar los ojos un instante, como buscando resistir la tormenta de emociones que me azotaba.
Pero cuando los abrí, la verdad se mostró clara y sin filtros.
Aiden me miraba como nunca antes: sin barreras, sin secretos, con una honestidad brutal que me desarmó por completo.
No hubo palabras en ese momento, solo el lenguaje mudo de dos almas que, a pesar del miedo y la rabia, se reconocían y anhelaban un camino juntos.
Mi pecho se apretó, y por un segundo temí que mi voluntad se quebrara bajo el peso de esa conexión.
—No sé si esto es un regalo o una trampa —murmuré, confesando mi confusión—, pero en tus ojos vi que quizá aún podía creer.
Y en esa frágil esperanza, supe que, a pesar de las heridas y los secretos, aún quedaba espacio para el amor. Un amor que merecía luchar y descubrir, paso a paso, sin prisa pero sin pausa.
Porque a veces, solo hace falta una mirada sincera para cambiarlo todo.
Sus palabras flotaron en el aire, cargadas de un peso que no podía ignorar. Aiden estaba ahí, frente a mí, vulnerable y sincero, una imagen que hasta hacía poco me habría parecido imposible. Pero ahora, en ese instante detenido en el tiempo, me di cuenta de que todo lo que habíamos construido entre mentiras y silencios podía desmoronarse o renacer con una sola mirada.
Me pasé una mano por el cabello, tratando de ordenar mis pensamientos que corrían a mil por hora. ¿Cómo podía alguien que me había hecho tanto daño tener aún el poder de desarmarme con una simple confesión? ¿Cómo podía mi cuerpo, mi mente y hasta mi alma reaccionar con un deseo tan intenso, cuando mi instinto me gritaba que debía alejarme?
—Aiden —empecé, mi voz un susurro que parecía romper la magia del momento—, esto no es tan sencillo. No somos solo tú y yo. Estamos atrapados en un juego que nos sobrepasa.
Él asintió, sus ojos nunca apartándose de los míos, mostrando una mezcla de comprensión y dolor.
—Lo sé —replicó—. Pero si no empezamos a romper esas cadenas, nunca podremos ser libres. Ni tú, ni yo.
Las palabras me llegaron directo al pecho. Romper cadenas... ¿y si esas cadenas eran más profundas de lo que imaginaba? La manada, las tradiciones, las expectativas. Todo me tenía atada a un destino que no elegí, pero del que debía escapar.
—¿Y cómo piensas hacerlo? —le pregunté con cierta ironía, porque en el fondo sabía que él tampoco tenía la respuesta perfecta.
—Juntos —dijo, y esa palabra pesó más que un juramento—. Porque por mucho que me esfuerce en alejarme, tú eres mi hogar, Luna. Y creo que eso es lo único que importa ahora.
Un nudo se formó en mi garganta. Quería creerle, aferrarme a esa promesa, pero el miedo me paralizaba. ¿Qué si sus palabras eran solo otra forma de atarme a un destino del que quería escapar? ¿Y si era una prisión disfrazada de amor?
Entonces, sin pensarlo, di un paso atrás. Necesitaba espacio, aire, tiempo para ordenar mis sentimientos antes de entregarme a algo que podía destruirme.
—Necesito tiempo, Aiden. No puedo simplemente lanzarme sin saber a dónde iremos a parar.
Su rostro se endureció apenas, pero su voz mantuvo la suavidad que me tenía tan confundida.
—Lo entiendo. Y voy a esperarte el tiempo que necesites. Solo no te pierdas a ti misma en el proceso.
Me quedé mirando cómo sus ojos reflejaban una mezcla de esperanza y tristeza, y supe que, aunque queríamos el mismo final, el camino sería mucho más complicado de lo que imaginábamos.
El silencio volvió a apoderarse del espacio entre nosotros, cargado de palabras no dichas, de promesas no hechas, de miedos no confesados.
Pero, en medio de todo, una verdad se impuso con fuerza: en sus ojos vi que quizá aún podía creer. Y por primera vez en mucho tiempo, sentí que ese pequeño hilo de esperanza era suficiente para seguir adelante.
—No voy a rendirme —susurré al final, con la convicción temblorosa de quien se enfrenta a una tormenta—. No sin luchar.
Aiden asintió y, sin más, dio media vuelta, desapareciendo entre las sombras de la noche, dejándome sola con mis pensamientos y el eco de su mirada grabada en la piel.
La batalla por mi corazón apenas comenzaba, y yo no estaba segura de ganar, pero tampoco estaba dispuesta a perder sin dar todo de mí.