Los portones del palacio del príncipe se abrieron con un chirrido grave, como si el propio metal sintiera la tensión que cargaban Lucian y Lyra al regresar. Entre ellos no hubo palabras durante el trayecto. Solo silencio. Un silencio tan espeso que parecía envolver pensamientos afilados, preguntas prohibidas, miedos agazapados y… algo más.
Algo que ninguno estaba dispuesto a admitir.
Apenas atravesaron el umbral, Lucian habló con la voz más fría que ella le había escuchado hasta entonces:
—Coloquen pomadas en todos sus moretones. Ahora.
Las doncellas acudieron como sombras entrenadas. Lyra fue llevada a su habitación, donde manos suaves comenzaron a tratar cada herida.
La piel de Lyra ardía. No solo por los golpes.
Por la humillación.
Por el recuerdo.
Por el peligro.
Por la confusión que Lucian despertaba con cada mirada que no debía dar.
Y por la marca invisible que Ronan había reabierto en su memoria.
Lucian se apoyó en el marco de la puerta, cruzado de brazos, observándola sin desc