Estaba destinada a ser la Luna del Alfa más poderoso, pero eso parecía una broma de la diosa Luna; él fue responsable de la muerte de mi madre, y ahora, de mi padre. Quiero venganza, porque él es el lobo que destruyó mi vida, el Alfa que gobierna con terror y sangre. Y yo seré el espectro que llegará para arruinarlo. Pero en este juego peligroso, no contaba con que podría terminar atrapada entre sus garras... ni mucho menos con el deseo que me consume cada vez que lo miro. Todo es culpa de nuestro enlace, ¡Demonios! Luna destinada... ¿¡Cómo cumplo esa promesa cuando él es el asesino!? Necesito recordarme todo el tiempo que la venganza es mi único objetivo, aunque la reacción de mi cuerpo frente a él me lo impide...
Ler maisKAELA:
Papá me había obligado a volver. Después de tantos años viviendo entre humanos, lo exigió. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que me convertí en loba que ya ni siquiera recordaba cómo se sentía. Me había despojado de mi esencia con tal de cerrar las heridas. Por desgracia, jamás logré que sanaran.
El camino hasta la casa estuvo marcado por el silencio. Una figura esperaba en el porche: mi madrastra Artea. De lejos, su sonrisa parecía un intento forzado de cordialidad. —Vaya, pero si no es nuestra lobita perdida —dijo, cruzando los brazos—. Pensé que llegarías antes. No respondí. No iba a darle el placer de provocar una reacción. Subí los escalones mientras ella me observaba. Sin dejar de sonreír y con el tono de quien emite una sentencia, lanzó lo que ya sospechaba: —¿Lista para casarte? ¿Te acuerdas de lo que es ser una loba? Ahí estaba el verdadero motivo por el cual mi padre había insistido tanto en que regresara. Mis dedos se crisparon, pero hice acopio de mi paciencia. —Cambia esa cara —continuó ella, con un tinte burlón—. Después de todo, no es tan malo. Es el destino de los licántropos, ¿cierto? Unirnos al lobo que la Diosa nos designe, en este caso, al que tu padre escogió. La miré de reojo, pero mantuve mi silencio. ¿Qué podía decir? Sabía que esto iba más allá de mí, que estaba atrapada. Una vez dentro, el ambiente no mejoró. Papá solo me miró con los ojos dorados, como si me revisara. Era como si mi presencia fuera un recordatorio incómodo de un pasado que prefería olvidar. Mi hermanastro Arteón, sin mirarme siquiera, soltó un comentario bajo que no alcancé a escuchar, pero su media sonrisa burlona me dejó claro el mensaje: tampoco estaba feliz de verme allí. La cena fue otro martirio. Mi padre hacía un esfuerzo torpe por fingir que todo estaba bien. Aunque me lanzaba miradas furtivas, de pronto rompió el silencio: —Hija, te pareces tanto a tu madre… —dijo con nostalgia. Pude ver, de reojo, cómo el rostro de mi madrastra se tensaba. Sus dedos apretaban con fuerza el mantel, conteniendo la ira. —Es como si la estuviera viendo a ella… —murmuró él, casi en un susurro. —Parece que la has olvidado, querido —intervino ella, con un tono dulzón y falso—. La difunta Luna era mucho más hermosa. Por un momento, pensé en contestar algo que borrara esa sonrisa altanera de su rostro, pero me contuve. Entonces, mi hermanastro decidió agregar su parte al juego. —Tu prometido estará muy satisfecho… —dijo con una sonrisa extraña que me dio escalofríos—. Si lo llego a saber... Su frase quedó suspendida cuando mi madrastra le dio una mirada helada. A mi padre, los ojos se le volvieron dorados y un gruñido gutural emergió de su pecho. —Basta —gruñó. Por lo menos seguía defendiéndome, pensé. A pesar de que aquí, entre estas paredes, habitaban los asesinos de mi madre. Yo lo había visto todo cuando era niña, y lo que más dolía era que mi padre no me hubiera creído. En lugar de buscar justicia, me alejó de su vista, me castigó. —Padre, ¿puedo retirarme? —pregunté, apenas probando un bocado. Él levantó la vista hacia mí, con un peso en los ojos que hablaba de remordimientos, de cosas que quería reparar pero no sabía cómo. —Pensé que podríamos correr un rato juntos, conversar de todo —musitó. Sonaba vulnerable, casi una súplica. No pude evitar fruncir el ceño, preguntándome si era sinceridad lo que escuchaba o simplemente… Antes de que pudiera responder, mi hermanastro intervino. —Si quieres, puedo acompañarte, padre. —No. Quiero conversar con mi hija a solas —dijo él, firme, al tiempo que se ponía de pie—. Vamos. Me levanté de la mesa, sintiendo todos los ojos sobre mi espalda. Al cruzar la puerta, me abracé con fuerza por el frío. Papá simplemente se detuvo y se convirtió en lobo. Sus ojos dorados se clavaron en los míos, expectantes. —Hace mucho que no lo hago… —murmuré. Sabía que iba a doler, pero no podía negarme. Él se limitó a observarme, como si esperara algo de mí, buscando a la niña que una vez fui, que adoraba convertirse en loba y corría feliz por estos mismos campos detrás de él, antes de que la tragedia borrara esa parte de mí para siempre. Con un aullido fuerte, mi loba emergió, invadiendo cada fibra de mi ser con una alegría inesperada. Había estado dormida por años y finalmente se despertó. Para mi sorpresa, sentí cómo la manada respondía, un eco de bienvenida que resonó en mi pecho. Fue extraño, poderoso, casi intoxicante. Mi madrastra y mi hermanastro aparecieron en el portón. Sus miradas eran sombras que destilaban enojo contenido, pero no me importó. Papá ya corría y yo, sin pensarlo dos veces, lo seguí. Sabía exactamente a dónde íbamos, al lugar preferido de mamá. Ese rincón mágico que parecía congelado en el tiempo. Allí, los recuerdos de risas y días felices se sentían tan palpables. Cuando por fin nos detuvimos, papá se giró hacia mí. Su expresión era firme y de una determinación que nunca antes había visto en él. —No todo es lo que crees —dijo de pronto y me abrazó con fuerza—. Tenía que salvarte, se lo prometí a tu madre. Ahora te unirás a Kaesar, es un Alfa muy poderoso, y te vengarás. Por tu madre… y por mí. Sentí cómo un frío más cortante que la nieve me invadía tras escuchar esas palabras. —¿Qué quieres decir? —pregunté. Estaba a punto de responder cuando un rugido gutural rasgó la calma. Todo ocurrió demasiado rápido. Desde las sombras, un enorme lobo se abalanzó sobre papá, sus garras encontraron su cuello. Otros lobos surgieron de la nada, lanzándose en mi dirección. —¡No, no le hagan daño! —grité, incapaz de salvarlo. Papá intentó luchar, pero el ataque fue brutal, despiadado. En un eterno momento que pareció durar siglos, vi cómo una de las garras desgarraba su cuello. —¡Papá! —grité, con el corazón hecho pedazos mientras me arrastraban sin piedad. Me revolví, pataleé, pero era inútil—. ¡Papá, lo haré, me vengaré, te lo prometo! Sólo escuché las voces de mis captores mientras me arrastraban más profundo en el bosque: —El Alfa Kaesar estará complacido cuando se la entreguemos... —Todo salió según lo planeado… —dijo otro. —La muerte del Alfa Ridel era necesaria… —aseguró el primero. Mi mente, nublada por el dolor y la rabia, trataba de atar cabos. El regreso forzado, el matrimonio, la muerte de papá. Todo había sido orquestado por él. Kaesar. El mismo Alfa que mi padre había mencionado en sus últimas palabras como el que sería mi esposo. ¿Cómo podría ser él? “Te vengarás por tu madre... y por mí", había dicho papá. Kaesar pagaría por todo. Me aseguraría de ello, aunque fuera lo último que hiciera. Aunque fuera mi pareja destinada. ¡No lo perdonaría jamás!El cielo estaba teñido de un profundo azul violáceo, salpicado por las primeras estrellas que aparecían tímidamente sobre nosotros. El aire de la noche era limpio, cargado de un aroma a tierra fresca y bosques en calma. Me encontraba de pie en el centro del claro sagrado, con Kaesar a mi lado. A pesar de toda la fuerza que siempre irradiaba, podía sentir en él esa vibración contenida, ese respeto solemne por lo que estábamos a punto de hacer. La Colina de la Luna, el lugar sagrado de toda ceremonia con la luna como testigo, brillaba con su resplandor plateado en el cielo, iluminando todo a nuestro alrededor y bendiciendo esta noche que marcaría el inicio de una nueva era. Frente a mí estaba él: Kaesar, mi Alfa, mi compañero y la otra mitad de mi alma. Vestido con una túnica ceremonial negra, bordada en plateado y que simbolizaba su linaje, se mantenía firme, sus ojos reflejando el poder de Kian, su lobo. Este vínculo no era solo entre nosotros, sino también entre él, Kian, y mi lo
KAELA:Había un terror tan grande en el sonido del grito de mi Alfa, tan grande como jamás lo había escuchado. Todo era perfecto: el sol brillante, el canto de los pájaros que llenaba el claro, el aullido de alegría de los lobos. Pensaba que el universo entero estaba conspirando para que todo fuera perfecto, para que este día fuese único. Solo faltaban ellos, mis padres, y ahora estaban materializados aquí, delante de mí, con los brazos abiertos. Cerré los ojos y respiré profundamente, pensando que era mi imaginación y los grandes deseos que tenía de verlos en ese día. Nunca me había sentido así; mi loba dentro de mí hacía eco de mi propia emoción. Ella también estaba emocionada de verlos. Abrí los ojos rápidamente; ¿y si hubieran podido venir como lo hicieron nuestros ancestros? Después de todo, ellos eran los míos. Podía ver su figura frente a mí: mis padres habían venido a mi boda, estaban aquí. Primero como sombras etéreas, figuras vagamente familiares que me hicieron temblar
KAESAR:La aparición repentina de los lobos ancestrales nos dejó a todos en un estado de reverencia y asombro. La noche, que había sido nuestra aliada, ahora se sentía como un testigo de algo trascendental, casi sagrado. Kaela, junto a mí, mantuvo su compostura, aunque su mirada no podía ocultar una mezcla de respeto y una pizca de duda. —¿Por qué han venido? —preguntó Kaela, su voz firme pero respetuosa. El lobo negro que había hablado anteriormente, cuyo nombre era conocido solo por los más antiguos relatos: Verron, nos observó con la sabiduría que solo siglos de existencia podían otorgar. —Somos la memoria, la esencia de lo que una vez fue y lo que puede volver a ser —respondió con una solemnidad que caló hondo en cada fibra de mi ser—. Hemos respondido porque sienten la misma nobleza que nuestra sangre alguna vez ostentó. Ustedes buscan la paz y la unión verdadera. Kaela y yo intercambiamos miradas. Entendíamos la importancia de ser reconocidos por aquellos cuyas historias
KAESAR:Miré a todos, dejando que los ojos de Kian se hicieran visibles. Luego, al ver que todavía dudaban, me transformé en mi lobo, haciendo que Kaela lo hiciera también, y lancé el aullido de llamado y sumisión de todos los lobos de la manada. Fue entonces cuando dirigí mi mirada a Kaela, mi Luna, que aún no había respondido, y lo que sorprendió fue que los de su manada no habían contestado. —Disculpa, amor... Ellos tienen que contestar a tu llamado —dijo con cuidado, afirmando que ambos bandos debían hacerlo como uno solo. Para mi sorpresa, Kaela respondió a mi llamado con el aullido de sumisión. Pero entonces, antes de que pudiera procesarlo completamente, sentí cómo la energía alrededor de ella cambiaba. Fue Laila, la loba de Kaela, quien emergió. Su pelaje blanco brillaba bajo la tenue luz, y sus ojos eran como brasas ardientes que dejaban en claro su fortaleza. —Ahora harás lo mismo por mi manada —las palabras de Kaela fueron directas, pero esta vez no era estrictamente
KAESAR:Miraba a todos los integrantes de lo que otrora habían sido las manadas “Guardianes Reales” y “Colmillos Reales”. Su manera de sentarse me lo decía todo: cada grupo ocupaba un lado, separados por una línea invisible que nadie se atrevía a cruzar. Pero ahora éramos una sola manada: los “Guardianes y Colmillos Reales”. ¿Cómo unirlos sinceramente? Esa pregunta se clavaba en mi mente como espinas negras. Habían luchado hombro a hombro, derramado sudor y sangre juntos, y sufrido de igual manera. Ahora compartíamos un territorio e incluso un nombre, pero la división seguía existiendo. Era tangible en cada mirada, en cada conversación susurrada. Los míos recurrían a mí, y los de Kaela buscaban en ella la guía que les negaban los demás. Suspiré profundamente, dejando que mi mirada repasara cada rostro frente a mí. Los antiguos se mantenían rígidos y orgullosos, como si su liderazgo fuera incuestionable. Los más jóvenes mostraban ansiedad en sus gestos, pero también una chispa de i
KAELA:Después de que terminó la reunión, dejé a Kaesar con su beta y me dirigí a la cabaña que me habían asignado junto a mi beta Rouf, su hijo Ancel y Nina. Ella seguía detrás de nosotros como una sombra, al lado de Ilán, el omega de Otar, que, extrañamente, no había ido con él. No dije nada; tal vez solo me estaba cuidando. —Mi Luna, el consejo de nuestra manada quiere reunirse —dijo Rouf con voz cautelosa. Me giré para verlo con incredulidad, incapaz de ocultar la sorpresa y la ligera molestia que sus palabras me provocaron. —Rouf, ¿a qué te refieres con "nuestra manada"? —pregunté, con seriedad en mi tono y los ojos fijos en él—. ¿Están todos los antiguos? ¿Le avisaron a Kaesar? Lo vi bajar la mirada, como si lo que iba a responder ya llevara un peso que no quería cargar. —Bueno, mi Luna, me refiero a los antiguos de nuestra antigua manada —respondió con cierto titubeo, pero con voz baja y respetuosa—. Lo sé, mi Luna, pero ellos siguen insistiendo. Es que los antiguos d
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