El aliento caliente de Ronan tocó la nuca de Lyra como una quemadura invisible.
Un roce que no debería existir en este tiempo.
Un fantasma que había esperado enterrarse en su muerte… y que ahora volvía a atormentarla en su propia reencarnación.
Era el mismo aliento que la había marcado.
Que había convertido su vida anterior en una pesadilla interminable.
El mismo que se escurría en sus sueños con el sabor metálico del terror.
—Qué conveniente —murmuró Ronan, su voz grave rozándole la piel como un filo—. Mi hermano, tan olvidadizo como siempre. Me alegra que haya dejado atrás su regalo.
Lyra sintió cómo el miedo le recorría la columna, líquido, venenoso, asfixiante.
Su cuerpo reaccionó con un impulso feroz: correr, huir, escapar.
Pero no podía.
Estaba atrapada entre súbditos que fingían no ver, guardias que se beneficiaban del silencio, concubinas que sabían demasiado bien por qué era mejor mirar al suelo.
La ira y el terror luchaban en su pecho.
Temía fallar.
Temía romperse.
Temía que