La marcha hacia el norte había dejado huellas en cada miembro de la manada. No solo en los cuerpos, que cargaban cicatrices nuevas, sino en los vínculos, que comenzaban a tensarse bajo el peso de decisiones difíciles. El cruce del Paso del Aullido había sido una victoria, sí, pero también una revelación: no todos los lobos querían recordar. Algunos, incluso entre los rescatados, preferían la furia al perdón. Y eso, Kaeli lo sabía, era una amenaza más profunda que cualquier ejército.
El campamento se había instalado en una ladera cubierta de helechos, con vista a los riscos donde se decía que Rhoan había reunido a sus últimos seguidores. La luna estaba menguante, y su luz apenas alcanzaba a iluminar los rostros de los centinelas. Daryan caminaba entre las tiendas con el ceño fruncido. Había recibido informes de movimientos extraños: lobos que se alejaban sin permiso, conversaciones en susurros que cesaban al acercarse, y una marca en una piedra que no pertenecía a ninguna runa conocida