—La espiral reapareció en dos aldeas más —dijo Selin sin mirar—. La borraron con aceite y sal, pero dejaron su firma. No es solo vandalismo; es aviso.
Kaeli tomó la jarra de agua y la inclinó sobre la mano de Selin.
—Haremos que esa firma sea vergüenza pública —respondió—. Ningún símbolo volverá a ser más fuerte que el nombre de una persona.
Daryan apareció en el umbral, abrochándose la capa.
—La caravana que partió al norte vuelve con más listas —informó—. Maeli ha enviado emisarios con pedazos de ley. La ciudad se está esforzando, por fin.
Selin suspiró.
—También nos faltan manos en los archivos —advirtió—. Si seguimos así, copiaremos con la noche y tendremos errores.
—Entonces pediremos voluntarios —dijo Kaeli—. Los que quieran preservar memoria, que vengan. Ningún secreto se arregla sin trabajo.
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Cuando el sol rompió la línea del horizonte, la plaza del Santuario se llenó de gente que venía a ofrecer, a reclamar o a ayudar. Una anciana, con el rostro agrietado por años de vient