—Trajeron más listas durante la noche —dijo sin levantar la cabeza—. De Cerral es la última. Dicen que un cura viejo guardó una caja debajo del altar con nombres que nadie pensó buscar.
Kaeli sintió un peso ir y venir, como si la Casa pidiera ser continuada sin tregua.
—Traed la caja —ordenó—. Y mandad a alguien a avisar a Maeli. Si hay confesiones, que sean escritas y juradas.
Daryan apareció por el umbral con la capa aún mojada de rocío.
—Kethra envía mensajeros: los capitanes están dispuestos a custodiar las copias que mandemos hacia las islas —dijo—. Quieren que la memoria no tenga puerto donde perderse.
Kaeli asintió. La estrategia ahora era red: duplicar, dispersar, enseñar.
En la mesa principal, la caja de Cerral se abrió con manos que respetaban lo frágil. Había dentro folios con caligrafías torcidas, fotos descoloridas y, entre cosas, una carta que olía a iglesia vieja. Kaeli la leyó en voz alta:
—“No es fácil confesar donde he servido. Firmé por la paz. Si esto lo ve mi alma