La brisa marina traía consigo un murmullo de olas que rompían contra los acantilados negros. Kaeli bajó del navío y clavó sus botas en la arena volcánica mientras sus lobeznos humanos se agrupaban tras ella. Daryan le ofreció su mano, aún en forma lupina, y la ayudó a mantenerse firme.
—Llegamos a la Isla de los Ecos Rotos —dijo Kaeli, apartando un mechón de cabello de su frente—. ¿Lo sientes, Luna? Aquí las voces del pasado se alimentan del silencio.
Daryan ladeó la cabeza y olió el viento.
—Las marcas plateadas se me erizan. La penumbra quiso robar cada eco. Hoy los recuperaremos.
Detrás de ellos, Serenya se acercó con paso resuelto, su hacha descansando en la espalda. Thalen la siguió, clavando la lanza en la arena con un estrépito breve.
—Hermanos —saludó Serenya—, si Flor de Luna canta aquí, liberará cada recuerdo atrapado. Pero este lugar siempre cobra un precio.
Kaeli acarició el bolso de piel donde dormía su hija.
—No habrá precio demasiado alto. —Se agachó para besar la frent