La flota de naves nacaradas surcó el Mar de Plata como un cortejo de alas líquidas, y cada remo alzó un arco de espuma junto al canto de la manada. Kaeli, erguida en la proa de la barca principal, sostuvo a Flor de Luna en brazos y sintió el oleaje reflejar en sus ojos las promesas de mundos aún por descubrir. En la cubierta, Daryan vigilaba el horizonte, sus sentidos lupinos abiertos a cualquier murmullo de amenaza o de maravilla. El sol naciente comenzó a teñir el agua de oro, y la brisa matinal traía un murmullo de algas y de sal envolvente.
Cuando las nubes se despejaron, la vista de una isla emergió en la distancia: un monte verde y abrupto rodeado de acantilados. Sus faldas de vegetación colgante parecían rasgar la niebla, dibujando cascadas diminutas que caían al mar como hilos de plata viva. Los marineros de Volvernith, acostumbrados a las corrientes montañosas, ajustaron la vela mayor para acercarse sin brusquedad. Vesta Sombraeterna, aún firme tras la rueda del timón en su b