La luna brillaba en lo alto con una claridad casi dolorosa, dispuesta a iluminar cada rincón de la manada Volkov. Atrás quedaba el Corazón del Bosque restaurado, cuyas vetas plateadas se filtraban hasta el claro donde la manada celebraba su victoria. Pero aquella noche no era para festejos mundanos: era la noche en que la semilla generada en el vientre de Kaeli reclamaría su derecho a la luz.
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La manada emergió de la umbría en perfecta formación. Los lobeznos al frente, marcando el ritmo con zarpas firmes. Daryan-lobo y Kaeli-loba, uno a cada lado, escoltaban a los hermanos agotados por la batalla y transfiguración.
Kaeli-loba frenó en seco frente al tronco mayor del Bosque de los Susurros. Lo reconoció al instante: cicatrices de luna y juramento, testigo de su última prueba. Las raíces, aún temblorosas, se recogían con respeto. El aire olía a savia renovada y oráculo de promesas cumplidas.
Daryan-lobo posó el hocico en su lomo.
—Aquí daremos testimonio de la semilla —aulló—. Que