El viento helado era una bofetada constante en el rostro de Wolf. Su aliento se condensaba en el aire, una nube fugaz que desaparecía tan rápido como la esperanza que sentía. Había seguido el rastro de Christina y Kael durante un día entero. Sus huellas, al principio claras en la nieve fresca, se habían vuelto difusas, casi invisibles bajo el nuevo manto de copos que caían sin cesar. Cada paso en la nieve era una prueba de su soledad, un recordatorio de que él era el único responsable de esta situación.
Mientras caminaba, el silencio de la nieve era su única compañía. La majestuosidad de las montañas, que antes le inspiraba, ahora le parecía una prisión. Recordaba las palabras del guerrero, la advertencia de que la gente espera un líder fuerte. Pero, ¿de qué servía ser fuerte si su corazón estaba roto? La imagen de Christina, con sus ojos llenos de dolor, era un fantasma que lo perseguía más que cualquier guerrero del Norte.
Christina, acurrucada detrás de una pila de leña en el borde