ASTRID
Había papeles por todos lados. Contratos, reportes de patrullas, solicitudes de víveres, informes médicos, mapas de las fronteras, e incluso una nota arrugada que decía "no olvides alimentar a los halcones de vigilancia". Sentada en el escritorio de Ronan, rodeada por el caos administrativo de su manada, me sentía como una impostora.
Una semana sin Ronan y parecía que todo en el reino se tambaleaba, y aunque nadie lo decía, yo lo sentía.
Apoyé los codos sobre el escritorio y dejé caer la frente sobre los papeles, soltando un largo suspiro. Ni siquiera había tenido tiempo para pensar en él... o mejor dicho, en lo que pasó.
—¿Planeas enterrarte bajo esa montaña de papeles o solo estás practicando cómo rendirte con estilo?
Levanté la cabeza y encontré a Elliot apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y esa media sonrisa que siempre le sale cuando intenta aligerar las cosas.
—No es gracioso —le gruñí.
Él entró y cerró la puerta con el pie.
—Te ves mal, Astrid. C