ASTRID
El sonido del llanto me despertó de golpe, sacándome del espesor de un sueño sin formas ni recuerdos. Parpadeé varias veces, ajustando mi vista a la penumbra de la habitación.
El eco de su llanto se propagaba en el silencio, desgarrador y agudo. Sin pensarlo dos veces, me levanté de la cama y caminé descalza por el frío suelo de madera, siguiendo el rastro de aquel llanto.
Llegué hasta la cuna y allí estaba él: Antony. Su pequeño rostro enrojecido, los puños apretados, los ojos cerrados con fuerza mientras lloraba sin descanso. Me agaché junto a él y lo levanté en mis brazos, balanceándolo con suavidad. —Shh, ya estoy aquí… —susurré contra su cabecita, que se recostó contra mi pecho, todavía temblando.
El silencio regresó poco a poco mientras lo acunaba, caminando por la habitación hasta la ventana. Afuera, la luna llena se asomaba en lo alto, iluminando la noche con su luz plateada.
Me quedé allí, mirando la luna, preguntándome en qué momento mi vida había cambiado tanto. El