ASTRID
Mi respiración estaba agitada, había corrido demasiado, escondiéndome por horas. Llegue hasta la cascada, un motivo me traía a este sitio: Elliot
Recordé que este ugar era la tumba de mi amigo. Las flores silvestres crecían sin miedo alrededor de la roca que usé como marcador, y el agua corría cerca, purificando el ambiente, como si intentara limpiar mi alma también.
—No debiste hacerlo, le murmuré, la voz quebrada por el dolor. —No debiste sacrificarte por mí. —Las palabras se deshicieron en un susurro, llevadas por el viento.
Me quedé así, en silencio, con el peso de la culpa enterrándome en la tierra. Mis manos temblaban, y me las llevé al vientre, instintivamente. —Te prometo que seré una gran madre —susurré, acariciando mi estómago.
Aunque me costara entenderlo, aunque el miedo me carcomiera por dentro, le debía a Elliot ese sacrificio. Le debía cada respiro de vida que me quedaba.
Un crujido me sacó de mis pensamientos. Mi cuerpo se tensó al instante, los sentidos agudi