El despacho de Vladislav estaba sumido en un silencio pesado. Adara, aún con el corazón latiendo a mil por hora, no pudo evitar sentir tensión con la presencia de Irina, quien se mantuvo con la misma seguridad de siempre, como si el espacio fuera suyo por derecho. El aire parecía volverse más denso con su presencia, y Adara, aunque intentó mantenerse firme, sintió una oleada de incomodidad recorrer su cuerpo.
Vladislav no se movió. Sus ojos, oscuros y profundos, se posaron sobre Irina con una frialdad que no dejó lugar a dudas. No dijo palabra alguna, pero su mirada era suficiente para que Irina supiera que su intromisión no era bienvenida. Sin embargo, no lo mostraría con palabras; su enojo estaba contenido, como un veneno que burbujeaba bajo la superficie. Adara lo percibió, y algo en su interior se encendió. En esos momentos, ella también sintió la tensión entre los dos, aunque no sabía por qué.
Irina se acercó con paso firme, sus tacones resonando en el suelo de mármol del despach