EL AROMA DE LA DESTINADA

A pesar de sus dudas, el cuerpo de Adara no reaccionaba como ella quería; más bien, estaba respondiendo de manera instintiva, como si él fuera un imán, y ella no pudiera evitarlo.

Vladislav había tomado su rostro con una mano, y la electricidad en el contacto fue tan intensa que sus piernas vacilaron, aunque se mantuvo erguida. Sus ojos se encontraron, y por un breve instante, Adara pensó que podía ver el abismo detrás de su mirada. Un abismo lleno de oscuridad, de secretos enterrados, pero también de una pasión contenida que la llamaba como la tormenta a su centro.

«¿Qué está pasando?», se preguntó mentalmente a sí misma, sintiendo un nudo en el estómago. Quería retroceder, quería gritar, pero algo en él la mantenía en su lugar. Él la observaba, vio que sus ojos brillaban con una intensidad inquebrantable, como si estuviera esperando algo. Y tal vez lo estaba. Pero él no estaba dispuesto a complacerla.

—Adara —murmuró, su voz baja y grave, como un susurro que se deslizaba bajo su pie
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