Adara estaba sentada en el escritorio de la habitación que ocupaba en la mansión Drakos. El lugar, a pesar de ser elegante y lujoso, tenía una atmósfera fría, distante, como si los ecos de las luchas pasadas aún flotaran en sus muros. La luz de la mañana entraba tímidamente por la ventana, iluminando solo parcialmente el entorno. Sobre la superficie tenía apiladas varias carpetas y otros varios documentos y papeles, pero Adara no podía concentrarse en ellos. Su mente estaba ocupada con todo lo que había sucedido en las últimas semanas: la traición de Irina, las sospechas sobre el testigo, y la creciente conexión con Vladislav que, por más que lo intentaba, no podía ignorar.
En su teléfono móvil, un mensaje entró, una notificación de Vasilka, su secretaria. El correo traía los documentos que confirmaban la llegada del nuevo testigo en contra de Vladislav. Adara abrió el archivo con rapidez, con la esperanza de que las noticias no fueran tan malas como imaginaba. Pero al leer los detall