El silencio que pesaba sobre la habitación como una niebla densa e inquebrantable, le dejó claro a Irina que Vladislav no iba a cambiar de opinión respecto a Adara, si quería sacarla del camino tenía que ingeniarse otra.
Irina, no se inmutó ante la dureza de las palabras de Vladislav. Su mirada, aunque desafiante, escondía una pequeña chispa de frustración, algo que Vladislav no solía ver en ella. Estaba acostumbrado a la mujer que podía seducir, manipular, y salir siempre airosa, pero hoy había algo distinto en su comportamiento. Un algo que no lograba identificar del todo.
—Vladislav, te estás dejando llevar por una visión distorsionada de Adara —dijo ella, su voz ahora más baja, casi implorante—. ¿Sabes que, en el fondo, no puedes confiar en ella? Todo lo que te está contando es una mentira. Esa mujer… no es quien dice ser.
Vladislav le lanzó una mirada fulminante. Sabía que Irina no estaba diciendo la verdad, pero no podía evitar la semilla de duda que se había plantado en su men