El despacho del líder de la mana luna roja estaba impregnado del aroma del incienso y humo de hierbas. Las antorchas en las paredes proyectaban sombras inquietantes que parecían observar a cualquiera que se atreviera a entrar. Con la voz grave y áspera, el alfa tomó el teléfono de línea directa.
—Christian —llamó sin rodeos—. ¿Cómo va el plan?
El aludido, recostado en un sillón de cuero en su apartamento, apretó los dientes. Odiaba esa pregunta, odiaba esa presión constante.
—Como ya le dije, avanzando… sobre la marcha —respondió, con un dejo de ironía mal disimulada.
Del otro lado hubo un silencio cargado, hasta que la voz del líder retumbó, dura como un trueno:
—Si me repites esas palabras una vez más, te juro que te sacrificaré frente a toda la manada. ¿Tan complicado es seducir a una mujer? ¿Arrastrarla a tu cama y obligarla a casarse contigo? Engañarla para hacerla creer que estuvo contigo para que acceda al matrimonio, hasta un niño de seis años lo haría mejor y más rápido. ¡Un