Vladislav apretó los dientes, controlando el temblor en sus manos. Era demasiada coincidencia: conocer la verdad de Adara, la revelación, Irina desaparecida y luego volver a escena en una cama de hospital.
«Algo no encaja», pensó sin dejar de mirarla.
«Ella es real, está despertando para nosotros. Tenía que suceder así. Solo ella es la real», le dijo Varkar alterado porque lo dejara salir. Si Vlad se lo permitía estaba seguro que la loba de Adara le seguiría, y como quiera que sabía que ese era su destino, quiso adelantarlo. Vlad se contuvo.
Dio un paso hacia ella, pero se detuvo a medio camino, atrapado en su propia contradicción.
—¿Quién? —su voz fue un gruñido bajo, cargado de urgencia—. Dime el nombre.
Adara negó con fuerza, los ojos cerrados.
—No lo sé. El rostro era una sombra, apenas pude ver el cabello, el anillo… ese maldito símbolo que ardía como fuego.
—¡Concéntrate! —la voz de Vlad retumbó, dura, autoritaria, como un látigo. Por momentos se nubló y no consideró que esta e