El jardín detrás de la mansión Drakos estaba envuelto en un silencio inquietante. Las sombras de la noche se entrelazaban con la luz tenue de las farolas, creando una atmósfera de tensión palpable. Florin estaba como perro de guardía, pendiente que Vladislav no siguiera actuando con agresividad. Vladislav permanecía de pie frente a Adara, sus ojos brillaban con una furia que parecía consumirlo por dentro. El aire fresco de la noche no era suficiente para calmar la tormenta que rugía en su interior.
Cada palabra que había intercambiado con ella, cada acusación, cada mirada llena de desconfianza, lo había dejado más desconcertado. La verdad parecía huirle, deslizándose entre sus dedos mientras su corazón latía desbocado por la ira y la confusión. Aún no podía creer lo que sus ojos le mostraban: Adara, la mujer a la que había comenzado a confiar, la mujer que había comenzado a enamorarse, parecía estar escondiéndole algo, algo tan oscuro como lo que él mismo llevaba dentro.
Adara, por su