¡Con su hogar destruido, marcada por la diosa luna… Y preñada de un Alfa que la desprecia! Ayseli fue criada para cumplir un propósito sagrado que sellaría su destino con la muerte. Es una “loba lunar”, pura y poderosa, enviada desde bebé al templo que gobierna a los hombres lobo. Pero su vida se derrumba cuando el temido Rey Alfa Raymond ataca y reduce el templo a cenizas. Él la toma prisionera, descubriendo con furia que ella es su mate. Sin compasión él la humilla y la marca; y ya atrapada en su dominio, ella termina preñada de gemelas. Herida, humillada y consumida por la rabia, Ayseli logra escapar la misma noche en que debía ser su Luna, jurando vengarse y romper el vínculo que la encadena a él. Pero… ¿qué ocurre cuando descubre que ese mismo Alfa es la clave para cumplir la misión que la diosa le encomendó? Cuando Raymond la capture de nuevo, devorado por la rabia, el deseo y un sentimiento que no entiende, ¿será este el final de Ayseli… o el inicio de un destino donde el odio y la pasión se mezclan hasta arder en un amor imposible?
Ler maisRaymond pasó una mano por su cabello pelirrojo, hacia atrás. El gesto dejó ver una sombra de cansancio que duró un parpadeo, nada más. Él volvió la vista a la camilla, examinando a esa hembra dormida. —La tendré vigilada —dijo ese Rey Alfa, con gesto simple—. Dormirá de ahora en adelante, en mi habitación. El golpe invisible que esas palabras lanzaron contra Malahia fue cruel, doloroso… La castaña se quedó helada, los labios abriéndose apenas. Su máscara perfecta se quebró del todo por un segundo. —Mi Rey Alfa… —atinó a decir ella, pero la voz se le ahogó en la garganta. Raymond la miró un instante, como si su presencia fuera un ruido al margen. Luego desvió la mirada hacia Ayseli. Esa hembra albina, respiró hondo sin despertarse. El camisón blanco se pegaba a su vientre apenas ligeramente crecido, que subía y bajaba con suavidad. Las manos, antes crispadas, descansaban ahora a los costados, flojas. —Preparen un traslado inmediato —ordenó ese macho a los médicos—. Nada qu
Raymond tensó la mandíbula, su ceño se frunció, y sus ojos brillaron de furia. Ayseli, apenas consciente, escuchó esas palabras como desde un túnel. «¿De qué otras habla…? ¿Qué enfermedad… y qué encubadoras…?» El pensamiento fue confuso, alarmado. El término "encubadoras" le punzó el pecho. —Ella ocupa una observación constante, mi Rey… —siguió el médico—. Reposo absoluto, por ahora su pulso es estable. El latido de… de los cachorros es fuerte. Raymond inclinó la cabeza un milímetro, sin apartar la mano del hombro de esa hembra. Clack~ La puerta se abrió. Entró una hembra de largo cabello castaño, lacio, ojos rojizos, con un caminar elegante, y con una sonrisa neutra, indescifrable. —Mi Rey Alfa —dijo la loba castaña—, perdón por llegar tarde a su convocatoria. Estaba… durmiendo a Amira —pronunció el nombre con dulzura calculada—. Su hija. Ya sabe… como su concubina debo estar pendiente de la cría que ya tenemos juntos antes que de OTRAS. El aire se tensó. El verde en lo
¡¡¡PUUUUM!!! ¡Las puertas dobles se abrieron de golpe! El Rey Alfa Raymond, ingresó con paso firme, con su mirada verde fría y alerta, recorrió la habitación de la Luna de la manada Fuerza Aguerrida. ¡¡En un segundo, sus ojos se clavaron en Ayseli!! Esa hembra estaba de rodillas, en la alfombra, aferrada al borde de la cama con los dedos pálidos, la respiración cortada, el camisón blanco pegado al cuerpo por el sudor y el rostro empapado de lágrimas. Él notó y olió la sangre en ella… Y como un impulso salvaje desde el interior de su ser, que era imposible de suprimir… ¡Se preocupó por ella! —¡¡¡AYUDA!!! ¡¡¡DUELE!!! —gritó Ayseli, con la voz hecha trizas, inclinándose hacia adelante con un espasmo. Raymond cruzó la habitación con dos zancadas. El olor a sangre reciente y a lociones de hierbas golpeó sus sentidos cada vez más…. Un hilo carmesí manchaba la tela, y el temblor de esa loba lunar era tan intenso que la cama vibró con pequeños sacudones. —¡Estoy aquí, tranquila! —
CLANK~ El portón de la laguna se abrió y entraron tres omegas. Caminaron en silencio, con la cabeza gacha, una de ellas llevaba paños blancos doblados sobre los brazos, otra una bandeja con botellas y frascos, y la última cargaba un juego de ropas limpias. —Mi señora Luna —dijo la primera con voz baja, inclinando la cabeza—. Permítanos asistirla. Ayseli no contestó, solo las miró con desconfianza. Pero su cuerpo estaba demasiado débil para oponerse. Las omegas se acercaron. Una la ayudó a incorporarse con cuidado, sosteniéndola por el brazo. Otra le pasó un paño tibio por los hombros y los brazos, retirando el exceso de agua. Luego le echaron sobre la piel una loción de una botella de vidrio. Al extenderla, un aroma herbal intenso impregnó el aire. —Es medicinal para su piel —explicó una de las omegas, frotando suavemente sus brazos y espalda—. Le dará fortaleza. Ayseli bajó la vista, sin responder. Su corazón seguía golpeando con indignación, las palabras de ese ma
La respiración de esa hembra se quebró. Sus labios se apretaron con fuerza, conteniendo un sollozo. En su interior, Syla, su loba, murmuraba con urgencia: «No lo sabe todo… No digas nada, Ayseli. Si descubre que son hembras, las matará, recuerda la visión…» Las pestañas de esa hembra temblaron, pero guardó silencio. Raymond la observó un instante, sus ojos verdes brillando con arrogancia, como si pudiera leer sus pensamientos. Luego él soltó una carcajada suave. —Mírate —dijo ese macho con voz grave—. Temblando como una cría mojada. Ni siquiera puedes responderme. —¡Prefiero morir que ser tuya! —recalcó Ayseli con frialdad, aunque en ese maldito momento, unas lágrimas rebeldes resbalaron por sus pálidas mejillas. Ese macho se inclinó más, hasta que su sombra la cubrió por completo y su boca quedó a un suspiro de su oído. —No digas tonterías… —susurró ese Alfa con arrogancia—. Desgraciadamente ya eres mía. Lo quieras o no, Luna Ayseli. Al menos, hasta que paras a mis cachorro
✧✧✧ Un día más tarde. En la manada de Fuerza Aguerrida. ✧✧✧ La luna llena bañaba con su resplandor de plata el bosque denso que rodeaba la mansión del Rey Alfa. Los frondosos árboles altos se mecían con el viento nocturno y bajo ellos había un sendero empedrado que estaba iluminado por antorchas clavadas en el suelo. Las barandas de madera en los costados del camino estaban talladas con figuras de lobos que parecían observar todo con ojos de guardianes. Más abajo, tras unos portones dobles de madera oscura reforzada con hierro, se abría la laguna termal. El agua, de un verde profundo, exhalaba un vapor que cubría la superficie ligeramente. Y ahí… en medio de la laguna, sobre una plataforma rocosa construida como un altar, estaba sentado ese macho: El Rey Alfa Raymond. Alto, imponente, de cuerpo duro y perfecto, sin una sola cicatriz que contara las guerras que había librado. Su sola presencia imponía, como si la luna lo hubiera escogido a él para gobernar sobre todo
Último capítulo