Raymond tensó la mandíbula, su ceño se frunció, y sus ojos brillaron de furia.
Ayseli, apenas consciente, escuchó esas palabras como desde un túnel.
«¿De qué otras habla…? ¿Qué enfermedad… y qué encubadoras…?»
El pensamiento fue confuso, alarmado. El término "encubadoras" le punzó el pecho.
—Ella ocupa una observación constante, mi Rey… —siguió el médico—. Reposo absoluto, por ahora su pulso es estable. El latido de… de los cachorros es fuerte.
Raymond inclinó la cabeza un milímetro, sin apartar la mano del hombro de esa hembra.
Clack~
La puerta se abrió.
Entró una hembra de largo cabello castaño, lacio, ojos rojizos, con un caminar elegante, y con una sonrisa neutra, indescifrable.
—Mi Rey Alfa —dijo la loba castaña—, perdón por llegar tarde a su convocatoria. Estaba… durmiendo a Amira —pronunció el nombre con dulzura calculada—. Su hija. Ya sabe… como su concubina debo estar pendiente de la cría que ya tenemos juntos antes que de OTRAS.
El aire se tensó. El verde en lo