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Capítulo 04: ¿Un cachorro por mi libertad?

✧✧✧ La noche de ese mismo día, en la manada Fuerza Aguerrida. ✧✧✧

El ambiente en la oficina del Rey Alfa Raymond, era sumamente tenso.

Frente al escritorio de madera oscura, una mujer de cabello castaño largo y lacio, con ojos rojizos como el vino tinto, estaba de pie, su rostro estaba encendido por la furia.

—¡¿Cómo pudiste hacerme esto, Raymond?! —rugió la hembra alta de un cuerpo ejercitado, firme, pero sin perder su femineidad.

Con manos temblorosas por la ira, la hembra tomó un jarrón de porcelana de un mueble cercano y con un movimiento brusco, lo lanzó contra el suelo.

¡¡¡CRAAAAAAANK!!!

Los fragmentos volaron en todas direcciones, brillando fugazmente antes de caer inertes sobre la alfombra y el piso.

La mujer, una loba médica llamada: Malahia, apretó los puños y clavó su mirada ardiente en el Alfa que seguía sentado tras el escritorio.

El Alfa Raymond, levantó la vista lentamente. Sus ojos verdes destilaban frialdad, y su voz grave resonó con calma.

—No empieces con otra de tus rabietas, Malahia —dijo el Rey Alfa, con un tono altivo—. No me hagas perder el tiempo. Deberías estar agradecida de que no haya hecho esto público.

Malahia dio un paso adelante.

—¿Agradecida? —soltó la hembra con sarcasmo—. ¡Me estás humillando! Rebajándome a una simple concubina… ¡y dándole mi título, el que le prometiste a mi familia, a esa loba lunar! ¡A esa cualquiera! ¡A esa perra estúpida que ni tú mismo conoces bien!

La rabia en su voz iba acompañada de un brillo húmedo en sus ojos, mezcla de dolor y su orgullo herido.

—Yo siempre he estado contigo, apoyándote —continuó Malahia, hablando con la respiración agitada—. ¡Te di una hija! ¡Una cachorra, Ray!

Raymond frunció el ceño apenas un instante, aunque su voz se mantuvo implacable.

—Sí, me diste una hija, y la amo. Pero necesito un cachorro… un macho fuerte.

Ella apretó los dientes, sintiendo cómo el calor de la ira subía por su cuello.

—Podemos tenerlo juntos —insistió la hembra—. Pero tú… te acostaste con esa esclava. Ese trofeo de guerra que trajiste al vencer al templo sagrado.

Raymond se puso de pie, y dio la vuelta al escritorio con pasos firmes, el hombre-lobo se detuvo frente a Malahia.

Sus manos grandes se posaron sobre sus hombros, sujetándola con firmeza y su mirada verde, penetrante como dagas, se clavó en los ojos rojizos de ella.

—Desgraciadamente, esa prisionera… —él hizo una pausa por un segundo, como intentando tener la resistencia de soltar esas asquerosas palabras— …es mi Luna, mi mate. No puedo evitar tenerla cerca, mi lobo enloquece si la huele.

Malahia sintió un nudo en el estómago, pero él no le dio espacio para hablar.

—Pero tú eres más importante para mí —añadió el Rey Alfa—. Te amo, y de todas maneras, los lobos lunares no viven mucho tiempo. Esa esclava morirá cuando cumpla su propósito de nacimiento.

Entonces, Malahia inclinó levemente el rostro, y con un susurro cruel y despiadado, dijo:

—No… si yo la mato antes.

Raymond sonrió de lado, como si el comentario fuera una broma que solo él entendía.

No le respondió a Malahia, ella se apartó de golpe y caminó hacia la puerta, abriéndola con brusquedad.

¡¡¡BAAAM!!!

¡Azotó la puerta, marchándose!

………….

✧✧✧ Unas horas más tarde. ✧✧✧

Ayseli avanzaba por un pasillo tenuemente iluminado por farolas de pared.

A su lado, el Beta Walter caminaba erguido, escoltándola.

Detrás de ellos, dos guardianes hombres lobo, altos y de complexión imponente, mantenían una distancia exacta.

"¿Qué fue lo que me inyectaron…?"

Pensaba Ayseli, con el ceño ligeramente fruncido. Nunca en su vida se había sentido tan fuerte, tan… viva.

No había rastro de dolor, ni de fatiga. Su respiración era amplia, sus músculos parecían listos para reaccionar, ya no tenía ni una sala herida.

Miró de reojo el cristal alto y alargado a su izquierda. Afuera, la luna llena bañaba el patio con su luz plateada.

"Podría correr… podría saltar…"

Pensó la hembra, midiendo mentalmente la altura y la velocidad que necesitaría.

Pero la imagen de esos guardianes sujetándola antes de llegar al borde la hizo desistir.

"No… aún no. Solo debo esperar… Antes de escaparme…"

El Beta se detuvo de pronto frente a una puerta dobles y abrió.

—Entra —ordenó con frialdad.

Ayseli dio un paso dentro y el calor de la chimenea la envolvió al instante.

Las paredes, decoradas con tonos oscuros, estaban adornadas con estantes, mapas y pieles. El balcón abierto al fondo dejaba entrar la luz de la luna, majestuosamente.

El Alfa Raymond estaba de pie junto al escritorio. Con un movimiento lento, tomó un pergamino elegante, cubierto con letras doradas y grabados del emblema de la manada Fuerza Aguerrida, y lo desplegó sobre la superficie.

—¿Qué es esto? —preguntó Ayseli, frunciendo el ceño—. ¿Por qué nadie me dice nada? ¿Por qué me tratan como prisionera?

Raymond la ignoró, se acercó, y sin previo aviso tomó su mano derecha. Su agarre era firme, casi dominante. La acercó a su boca y, antes de que ella pudiera apartarse, sintió el mordisco en su pulgar.

—¡Aaay! —soltó un pequeño quejido al sentir la punzada. La sangre brotó en una diminuta gota escarlata.

Él la observó un segundo, y luego presionó su dedo sobre el círculo central del pergamino. Las runas doradas brillaron al contacto, formando lentamente un nombre: Ayseli.

—Ahora eres mi esposa. Mi Luna —dijo con voz grave—. Lo serás… hasta que me des un cachorro a cambio de tu libertad.

¡La mente de Ayseli se quedó en blanco!

¡¿Qué carajos decía ese delirante macho?!

¡Ayseli lo sabía! ¡Las lobas lunares no tenían mates, no podían quedarse preñadas!, eran santas, únicamente al servicio de la diosa y el propósito por el que nacieron.

Apenas reaccionó, vio cómo él llevaba su mano a los labios y, con un gesto lento y deliberado, ese Alfa le lamía la sangre de su dedo.

Su lengua rozó su piel, y un escalofrío le recorrió la espalda. El verde intenso de su mirada estaba clavado en sus ojos azules, atrapándola.

Ella tragó saliva con inquietud. El recuerdo de la noche anterior la golpeó con ferocidad: el peso de su cuerpo, la fuerza de sus manos, el calor que la envolvió… y la forma en que su voluntad se había disuelto bajo su dominio.

Sintió que el rubor le subía desde el cuello hasta las mejillas y que su corazón latía desenfrenado.

Raymond inclinó la cabeza hacia ella, sus labios rozando apenas el borde de su oreja.

—Puedo olerlo… tu deseo, loba lunar —soltó él, casi en tono burlista.

—No… —susurró ella, pero su voz carecía de firmeza.

En un movimiento fluido, él la levantó y la sentó sobre el escritorio.

—¡Ah! —soltó ella un gritito.

El frío de la madera se filtró a través del vestido, provocándole un estremecimiento.

Las grandes manos de ese macho se deslizaron por sus piernas, separándolas con seguridad. El vestido se recogió, dejando expuesta la suavidad de su piel a la brisa que entraba por el balcón.

—Detente… —murmuró ella, aunque su corazón golpeaba con fuerza contra su pecho, y su voz sonaba débil y temblorosa.

Raymond no obedeció. Sus labios capturaron los de ella con una intensidad feroz, devorándola con un beso profundo.

El beso la dejó sin aire, y una de las manos del Alfa se inmiscuyó con descaro hacia su entrepierna, tocándola a placer.

Un calor inexplicable se encendió en el interior de Ayseli, y su respiración se volvió errática.

"¿Por qué… me pasa esto?"

Pensó la loba, intentando luchar contra la marea de sensaciones que la arrastraba.

Él se separó apenas un segundo para mirarla con una media sonrisa arrogante.

—Tu cuerpo no sabe mentir, Ayseli.

Ella apartó la vista, mordiéndose el labio, pero el rubor en sus mejillas la delataba.

Justo cuando él volvió a inclinarse para continuar, un estruendo rompió el momento.

¡¡¡CLAAAAAAANK!!!

Las puertas dobles se abrieron de golpe, golpeando contra las paredes. Beta Walter apareció en el umbral nuevamente, esta vez con su respiración agitada y sus ojos llenos de furia contenida.

—¡Rey Alfa! —exclamó ese Beta con gran urgencia—. ¡Estamos siendo atacados!

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