—Soy tu Alfa… —recalcó fríamente, ese macho que la encimaba—. Aunque no seas digna de mí, me perteneces, a como todo objeto en esta habitación. Ahora, abre tus piernas y cumple tu maldito deber.
Ayseli se quedó helada por un instante, pero al sentir cómo él la tumbaba y separaba sus piernas, reaccionó.
—¡Estás cometiendo un error! —gritó la hembra, desesperada—. Soy una loba bendita por la diosa… Este no es mi propósito. ¡No puede serlo! ¡Déjame ir, lo exijo en nombre de la diosa luna!
Dentro de su mente, la voz de su loba interior resonó como un rugido.
«Usa tu don. Yo tampoco puedo reconocerlo como nuestro Alfa… Debe estar delirando, una loba lunar no puede tener un mate, es imposible… Mátalo. Inserta tus garras… y envenénalo.»
Los ojos de Ayseli brillaron con determinación. Sus manos se alzaron, las garras emergiendo, afiladas, dirigidas al pecho de él, justo al lado del corazón.
Pero…
¡¡¡CRAAAANK!!!
El sonido la hizo temblar. Sus garras… se habían roto contra su piel.
—¿Qué…? —su voz apenas fue un susurro.
Raymond sonrió, burlista.
—Parece… que la diosa aún no me quiere muerto~
Sin darle tiempo a reaccionar, atrapó sus labios en un beso salvaje, invasivo, y lo siguiente que Ayseli sintió…
Fue el peso brutal de él invadiéndola, rompiendo cualquier distancia, cualquier resistencia.
¡Ella cubrió su boca con una de sus manos, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas!
El dolor y el ardor la atravesaron junto con la sensación de impotencia absoluta, mientras su corazón latía desenfrenado.
…………
✧✧✧ Al día siguiente. ✧✧✧
Ayseli despertó con un sobresalto, pero apenas intentó mover un músculo, un dolor insoportable le atravesó el cuerpo entero.
—¡¡¡AAAAAAHHH!!! —gritó la hembra en su agonía.
El pecho le subía y bajaba de forma irregular, y cada respiración le recordaba que algo no estaba bien.
El más mínimo movimiento provocaba un "crack" interno que le arrancaba gemidos bajos de dolor.
—Ay, duele… —cerró los ojos con fuerza, conteniendo las lágrimas.
Para su desgracia, el maldito dolor no era solo superficial… sentía que el salvajismo de ese Alfa, le había dejado algo más que marcas en su piel; estaba segura de que tenía, al menos, una o dos costillas rotas.
Fue entonces, que el recuerdo llegó.
El Alfa Raymond… su peso implacable sobre ella… su fuerza bruta sujetándola, doblándole el cuerpo como si no tuviera huesos… embistiéndola una y otra vez hasta arrancarle la voz y dejarla sin aire.
La había tomado como si su resistencia no existiera, ignorando sus súplicas, hasta dejarla exhausta, rota… y marcada.
Un escalofrío le recorrió la piel. Su intimidad le ardía y punzaba, ella sintió el latido acelerado entre sus piernas, ese dolor de haber sido forzada más allá de cualquier límite.
—Ma… maldito seas… —susurró entre lágrimas y con la voz rota.
Intentó incorporarse, pero el intento terminó en un jadeo de agonía.
—¡¡Aaaah, duele!!
Su espalda chocó contra la cabecera de madera, y el impacto le sacó otro gemido lleno de sufrimiento. Un sudor frío le empapaba la frente y resbalaba por su cuello.
Alzó la vista y solo entonces notó que no estaba sola.
Cuatro omegas jóvenes la rodeaban, moviéndose en silencio, como si estuvieran entrenadas para no decir una sola palabra.
Una sostenía un tazón con agua humeante; otra, un cepillo de cerdas finas. El aire olía a aceites y hierbas finas. Ayseli parpadeó varias veces, confundida.
El interior de la cabaña tenía paredes de madera pulida, una ventana pequeña por la que se colaba la luz de la mañana y a lo lejos, se escuchaba el murmullo del bosque, sus frondosos árboles mecidos por el refrescante viento.
—¿Dónde… dónde estoy? —preguntó la hembra—. ¿Qué es este lugar?
Ninguna respondió.
Una de ellas se acercó con un paño húmedo y comenzó a limpiar con suavidad las marcas rojizas y los moretones que manchaban su piel pálida. Otra deslizó el cepillo por su cabello blanco, separándolo en mechones.
Ayseli trató de mover la mano para apartarlas, pero el tirón de un grillete frío en su muñeca la detuvo.
Bajó la mirada y vio las piezas de acero oscuro ajustadas a sus muñecas y tobillos, unidas por cortas cadenas que tintineaban con cada pequeño movimiento.
—¿Qué… qué demonios es esto? —preguntó, con una mezcla de ira y miedo.
Las omegas siguieron trabajando sin mirarla. Otra se acercó con un vestido rojo intenso, con un escote atrevido y tirantes finos.
—Oigan… —la voz de la loba blanca se quebró—. ¿Qué me están haciendo?
Una de ellas, sin levantar la mirada, murmuró:
—No podemos hablar de esto.
Ayseli apretó los dientes, sintiendo cómo el dolor en sus costillas le cortaba el aire. Trató de levantarse, pero sus piernas no respondieron.
—Basta… —gruñó ella entre lágrimas—. Digan… qué pasa… Por… Por favor.
Y justo entonces…
Tock~ Tock~
Alguien tocó a la puerta.
Las omegas se tensaron y se apartaron rápidamente. Una de ellas abrió la puerta.
En el umbral apareció un hombre-lobo alto, de ropas púrpuras. Sus ojos grises se fijaron en ella con frialdad.
—Fuera, Omegas —ordenó ese hombre lobo.
Las mujeres salieron sin decir palabra, dejando la puerta entreabierta.
El hombre avanzó hasta la mesa de madera en el centro de la habitación. Llevaba una caja rectangular de metal oscuro que dejó sobre la superficie.
Ayseli lo observó, jadeando de dolor y bañada en sudor.
—¿Quién… eres? —preguntó ella con voz baja.
—Walter. Beta de la manada Fuerza Aguerrida —respondió sin mirarla, abriendo la caja con un chasquido metálico.
Click~
Finalmente la caja fue abierta.
—Por favor… —suplicó la hembra—. Todo esto es un error, déjame ir, yo no tengo que estar aquí, soy una loba lunar, una loba bendita por la diosa luna. ¿Qué pasó con el templo…? ¿Con mi gente?
Beta Walter sacó de la caja una jeringa y un pequeño frasco con un líquido rojizo brillante.
—¿Qué… qué es eso? —preguntó ella, con la voz temblando.
—Una sustancia regenerativa —respondió él, con frialdad absoluta—. Los efectos secundarios son dolorosos… pero en unas horas estarás lista para casarte con el Alfa Raymond.
¡¡Ayseli sintió que el corazón se le detenía por unos segundos!!
¡¡UN MATRIMONIO OBLIGADO!!
—¿Qué…? ¡No! —ella tiró de las cadenas, el metal chocando con un "clank"—. ¡¡No voy a casarme con ese monstruo!! ¡NO LO HARÉ!
Walter llenó la jeringa, sin inmutarse.
—No tienes elección.
Ella intentó apartarse, pero el dolor en la cadera y las costillas la dejó sin aire. El simple hecho de mover la pierna le arrancó un jadeo agudo.
—¡AAAAHG! —gritó ella—. ¡Soy una loba bendita! ¡No puedes obligarme! —intentó huir aún con el dolor, arrancar sus cadenas que dejaban marcas rojas en ella, con sus ojos azules llenos de rabia y lágrimas.
Walter se inclinó sobre ella, sujetándole el brazo con fuerza. Sin un segundo de vacilación, hundió la aguja en su piel.
—¡¡¡AAAAAAHHH!!! —el grito de la hembra se mezcló con un espasmo que le arqueó la espalda.
El líquido ardió en sus venas, y un temblor incontrolable le sacudió todo el cuerpo.
—Te dolerá… pero vivirás—murmuró él, retirando la jeringa y guardándola de nuevo.
Ayseli quedó jadeando, el pecho subiendo y bajando con violencia, mientras sus muñecas encadenadas tintineaban en un sonido metálico y desesperado.