Mundo ficciónIniciar sesiónOlivia Monteiro sintió que algo murió dentro de ella la noche en la que perdió a su marido, y no conforme con su pérdida devastadora, una nueva desgracia la golpea. Viuda, rota y confundida, Olivia despierta la mañana siguiente después de velar a su marido, en una casa que no es la suya, envuelta en sábanas que no son de costura de fina y bajo la atenta y misteriosa mirada de un hombre que no solo la observa desde el marco de la puerta, sino que se presenta ante ella como su nuevo marido. Cássio Dos fuegos era un hacendado poderoso y endurecido por el rencor. No le bastó vengar a su hermana por mano propia, sino que arrastró a sus planes a una mujer que no sospechaba lo desarmaría de a poco. Dividido entre dejar hecho polvo el apellido que destruyó a su familia, y la exasperante dulzura de su nueva esposa, Cássio deberá tomar una decisión drástica, parar antes de que sea demasiado tarde, o dejar pasar la oportunidad de amar de verdad.
Leer másOlivia Monteiro bajó las escaleras al escuchar los neumáticos de la camioneta de Dante; su marido, estacionarse de forma brusca frente a la casa grande. Habían discutido esa tarde, otra vez por lo mismo. No podía quedar embarazada. No podía engendrar a su heredero en su vientre. Le urgía hablar con él, le urgía decirle que… negó con la cabeza y lo dejó para cuando lo viera, pero, al bajar, no era él, sino el peón que lo acompañaba a donde quiera que fuera.
Tenía el sombrero entre las manos, la ropa sudada y los ojos enrojecidos.
Frente a él, en el recibidor, se encontraba su suegra.
— Doña Magda… — La voz del hombre joven temblaba—. Ha ocurrido una desgracia. El señor Dante... Hubo un accidente. Él… no sobrevivió.
Un escalofriante silencio llenó la sala.
La matriarca, erguida como un roble, no derramó una sola lágrima, aunque la noticia la atravesó como un cuchillo. Sus labios se fruncieron, su rostro se tensó, pero mantuvo la compostura de quien sostiene el peso de toda una familia.
Olivia, en la escalera, sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. La sangre se le heló, y un grito ahogado escapó de su garganta.
— ¿Qué…? — el aire era demasiado espeso para respirar.
El peón bajó la cabeza, incapaz de sostenerle la mirada.
— ¿Estaba borracho? — preguntó la mujer, ignorando la presencia de Olivia.
— Sí, patrona.
Fue entonces cuando la suegra, doña Magda, giró hacia Olivia con una dureza que parecía más bien una sentencia.
— Esto es culpa tuya. — Las palabras salieron heladas, sin temblor ni compasión —. Si hubieras sido capaz de darle un hijo, no habría buscado consuelo en el alcohol. Y ahora… ¡Ahora mi primogénito está muerto! ¡Muerto!
Olivia se estremeció, aquella palabra era demasiado fuerte para ser verdad.
— No, Dante no…
— ¡Cállate! ¡No hagas una escena! — la silenció la mujer, impidiéndole llorar a su propio mirado, entonces desvió la mirada hacia el ama de llaves, que resollaba en silencio y había escuchado todo —. Tú, avisa a la familia. Nos vamos al hospital.
— Me… me cambiaré — dijo Olivia sin fuerzas, pero apenas quiso darse la vuelta, doña Magda la detuvo con su imponente voz.
— No. Los Monteiro nos haremos cargo de todo. Tú no tienes nada que hacer allí.
Olivia frunció el ceño.
— ¿Qué dice, señora?
— Tú ya no eres parte de esta familia. Tú ya no eres una Monteiro.
Olivia retrocedió un paso, como si aquellas palabras se hubiesen convertido en un golpe que la dejaron sin aire.
— Era mi esposo… —repitió, con voz rota—. ¿Cómo… se atreve a decir eso?
La matriarca se irguió aún más, con una soberbia implacable.
— Ya no eres nada. Ni esposa, ni mucho menos una madre. Y sin un hijo en tu vientre, ya no hay nada que te haga parte de esta familia — sentenció y llamó al peón por encima del hombro —. Encárgate de que se quede en su habitación hasta que nos vayamos.
Olivia negó con la cabeza al ver que el hombre se acercaba.
— ¡No! ¡¿Qué hace?! ¡No puede hacer esto, por favor! ¡Déjeme verlo! ¡Déjeme…! — pero la mujer se dio la vuelta y la dejó allí, rota y sintiendo que se le iba la vida.
— Señora… — el muchacho la miró con pena, no quería usar la fuerza por respeto a su difunto esposo.
— Tengo que ir — rogó al peón, pero ambos sabían que si la matriarca había dado una orden en aquella casa, no había poder humano que la hiciera cambiar de parecer.
Olivia subió a su habitación matrimonial abrazada a sí misma, sintiendo que el alma la dejaba en cada paso que daba. Y que todo aquello… no era real.
Cerró la puerta y se recargó sobre esta. Lo miró todo. En cada rincón estaba Dante. Escuchó las camionetas partir, mientras ella quedaba allí. Se deslizó contra la puerta hasta caer sentada, entonces; rompió a llorar con todas sus fuerzas.
A las tres de la madrugada, cuando ya el silencio se había vuelto insoportable, una mucama subió a la habitación con una taza de té para los nervios. Olivia, tendida en el sofá, con el cabello suelto y el rostro deshecho, la miró con desesperanza.
— ¿Sabes algo? — preguntó a la muchacha, con voz apagada. Sin fuerza. Sin vida.
La muchacha vaciló, luego bajó la voz:
— Vi al capataz… entró en el despacho, buscó algo en la caja fuerte y salió con prisa. No parecía que quisiera que nadie lo notara. Dejaré esto aquí, bébalo.
Olivia ni siquiera miró la taza, y cuando salió la muchacha, observó a través de la ventana. Pronto amanecería.
La mañana siguiente la sorprendió todavía en el sofá, con la bata blanca mal ajustada, el cabello despeinado y los ojos enrojecidos de tanto llorar. De la planta principal de la casa, llegaba el murmullo de los pasos y las voces. Rápido se asomó a la ventana y descubrió que todos ya estaban en casa.
Despreocupada por su apariencia de ese día, Olivia salió de la habitación y bajó las escaleras. Cada paso que daba atraía las miradas de los empleados de la casa, quienes la observaban con pena y lástima.
Cuando entró al salón, el silencio la atravesó como un puñal. Todos se giraron hacia ella, pero fue su suegra quien rápido se acercó, impidiéndole que avanzara un centímetro más.
La tomó de forma brusca del brazo y la estremeció contra ella.
— ¿Qué diablos crees que haces? — preguntó la mujer con veneno en su mirada.
Olivia pasó un trago, sin fuerzas.
— Quiero… quiero ver a Dante.
— Allí solo encontrarás un cuerpo frío.
— Tengo derecho a verlo por última vez, por favor, se lo pido. Sé que nunca me ha querido, que…
— Vaya, al fin lo entiendes. Sube a tu habitación y quédate allí. Suficiente he tenido con lidiar con… todo esto, además mírate, pareces una viuda demacrada.
Olivia frunció el ceño.
— Acabo de perder a mi marido. ¿Cómo… espera que esté?
— Nunca lo has entendido, ¿verdad? Los Monteiro no demostramos debilidad. No eres la única viuda de esta familia. Yo también perdí a mi marido.
Olivia recordó aquella tarde.
Magda Monteiro no derramó ni una sola lágrima. Y obligó al resto de la familia a hacer lo mismo.
Pero ella bien se lo había dicho…
— Yo ya no soy una Monteiro, ¿recuerda? Yo… ya no soy parte de esta familia, y no puede obligarme a no tener alma como usted.
Entonces se soltó de su agarre, e importándole poco nada, entró al salón y no se detuvo hasta llegar a los pies del ataúd.
Allí, entre flores blancas y velas encendidas, estaba Dante.
Se acercó con pasos temblorosos, y cuando sus dedos tocaron el frío de la madera, todo se vino abajo. El rostro de su marido yacía inmóvil bajo el vidrio, pálido, intocable. Sus rodillas flaquearon, y un sollozo escapó de su garganta, quebrando la quietud del salón.
Alguien la sostuvo desde atrás, pero ella no supo quién. Su mirada estaba clavada en Dante. Hundió su mejilla contra el vidrio, llorando sin consuelo, como si pudiera atravesar la barrera y traerlo de vuelta. El tiempo dejó de existir en ese momento.
Horas después, mientras la luz se apagaba lentamente, la gente comenzó a retirarse. Olivia siguió allí, con el corazón anclado a su esposo. Una mucama se le acercó con un vaso de agua.
— Señora… no ha comido nada. Al menos beba un poco.
Olivia lo aceptó sin ganas. Entonces escuchó voces desde el despacho.
— ¿Quién está allí? — preguntó, con un hilo de sospecha.
— Un hombre. Llegó hace horas. Su suegra lo recibió — respondió la mucama —. No sé más.
Olivia no insistió. El cansancio la arrastró, y, rendida, subió a su habitación, pero al llegar a las escaleras, otra vez esa voz la atrapó.
— ¿Por qué no se deja de rodeo y me dice que es lo que quiere? — escuchó a su suegra preguntar.
Hubo una pausa, después una contundente respuesta.
— La quiero a ella.
Capítulo 31. Familia, anillo y enfrentar a la justiciaDías después, el amanecer bañaba la hacienda con un resplandor suave, como si los días grises hubiesen quedado atrás. Olivia despertó sintiendo el calor del cuerpo de Cassio a su lado, su respiración acompasada rozando su cuello. Abrió los ojos despacio, acarició el dorso de la mano que él mantenía sobre su vientre y sonrió con ternura.— Buenos días — susurró Cassio, sin abrir aún los ojos.— Buenos días… — contestó ella, rozándole los labios con un beso ligero.La casa grande parecía otra desde que habían vuelto a unirse. Los pasillos olían a flores frescas, las cortinas ondeaban con el aire de la mañana, y hasta las criadas caminaban con una alegría renovada. Olivia había comenzado a levantarse temprano, bajaba a la cocina y ayudaba a María con el desayuno. Entre risas, amasaban pan o cortaban fruta, y luego disponían la mesa en el jardín.Aquella mañana, Olivia colocó una jarra de jugo de naranja sobre la mesa, al lado de las f
Ahora muchas cosas habían sido confesadas, ambos corazones estaban volviendo a latir. Olivia lo miraba con los ojos humedecidos, el corazón latiendo con tanta fuerza que parecía querer salirse de su pecho. Cassio la sostenía por la cintura, como si temiera que en cualquier instante fuera a desvanecerse entre sus brazos. El silencio que se extendió entre ellos estaba lleno de palabras no dichas, de culpas, de reproches, pero sobre todo de amor contenido.— Olivia… — su voz fue apenas un murmullo ronco —. Te extrañé cada maldito día.Ella alzó su mano y rozó su mejilla con ternura.—Yo también, Cassio. Aunque no me recordara a mí misma, algo en mi corazón me gritaba que te buscara.Él sonrió apenas, con esa sonrisa que ahora era su refugio. Se inclinó y la besó, despacio, como si aquel primer contacto pudiera borrar todas las distancias que los había separado. Sus labios se reconocieron con la dulzura de un reencuentro esperado, y Olivia se aferró a su cuello, sintiendo cómo el mundo ent
Capítulo 29. Una nueva oportunidad para amarEl cuarto estaba en penumbra, iluminado solo por la lámpara de aceite que Calioppe había dejado encendida. La voz de Kika aún vibraba en el aire, áspera, amarga, llena de recuerdos que quemaban. Había narrado con crudeza lo que las criadas sabían, lo que nunca dijeron en voz alta porque en esa hacienda, las verdades peligrosas se pagaban con castigo o silencio perpetuo.Olivia permanecía sentada, los ojos abiertos como platos, la respiración entrecortada. Sentía que todo a su alrededor giraba: Estrella, Damiana, Dante… un pasado tejido con hilos de traición y sangre.— Eso, patrona — dijo Kika, con voz queda —, queda siempre entre las sirvientas, sobre todo en esa casa… que lo que se escucha, allí debe morir.Olivia no respondió. El estómago se le revolvía, una ola de náuseas la subió hasta la garganta. Se puso en pie de golpe, apartó la silla con un chirrido y salió corriendo hacia el baño. Apenas alcanzó a sostenerse del borde antes de vom
Capítulo 28. La verdad de estrella.El despertar de Olivia fue lento, como emerger de un sueño demasiado profundo. El aire olía a jazmín y madera pulida. El crujido lejano de un reloj marcaba el paso del tiempo, constante, suave. Abrió los ojos apenas, con la luz filtrándose a través de unas cortinas blancas que se mecían con el viento.Lo primero que vio fue un techo alto, decorado con molduras. Lo segundo, la sonrisa cálida de una muchacha de cabello oscuro y ojos vivos que la observaba con alivio.— ¡Al fin! —dijo la joven, dejando la bandeja que traía en la mesa de noche —. Gracias a Dios despertó. Soy Francisca… aunque todos me llaman Kika.Olivia parpadeó, confusa. Sus labios secos intentaron formar palabras, pero apenas salió un murmullo.— ¿Dónde… estoy?— En la hacienda de mi patrona. Uno de sus hombres la encontró en el camino, desmayada, con fiebre. Ha estado aquí, en cama, varios días. Voy a avisarle que despertó.Kika salió ligera como un rayo. Olivia se incorporó con esfu
Capítulo 26. ¿Qué he hecho?La lluvia caía con una violencia que parecía querer borrar el mundo. Olivia caminaba tambaleante por el sendero de tierra que se perdía en la oscuridad. Sus pies apenas respondían, su vestido empapado se pegaba a la piel, y cada paso era un suplicio que drenaba lo poco de energía que aún le quedaba.Miró hacia atrás. El último resplandor de luz de la hacienda había desaparecido en la negrura de la tormenta. El corazón se le apretó en el pecho como si la distancia también borrara las últimas certezas que tenía en la vida.No sabía qué camino seguir, ni si realmente había uno. Su mente era un laberinto de voces: las palabras de Damiana, la grabación, las dudas, la traición. Su corazón, un cristal roto que la cortaba desde adentro.— Cassio… — susurró entre dientes, con la garganta seca.Un hombre cruel. Eso era. Despiadado. Capaz de jurar vengarse de ella, de usarla como moneda de pago por una deuda que jamás había sido suya. Las lágrimas le brotaban sin contr
Capítulo 25. EncontrarlaLa penumbra en la habitación se quebró cuando Damiana cerró la puerta tras de sí. Olivia, aún recostada, sintió un escalofrío recorrerle la piel al verla avanzar con esa sonrisa leve, helada, que nunca significaba nada bueno.— ¿Qué haces aquí? — murmuró Olivia, su voz débil, pero cargada de receloDamiana se acercó con pasos lentos, como quien saborea el terreno antes de clavar el veneno.— Vine a hacerte un favor, Olivia — dijo con suavidad engañosa, posándose en el borde de la cama —. Un favor que te abrirá los ojos.Olivia frunció el ceño, incrédula, débil.— ¿Un favor? ¿De ti?Damiana no se inmutó. De su bolsillo sacó un pequeño aparato: una grabadora de voz. Olivia la miró confundida.— ¿Qué es eso?Damiana encendió el dispositivo y, de pronto, la habitación se llenó de una voz profunda, grave, conocida. La voz de Cassio.“Y Olivia… Olivia también va a recibir su castigo…”Olivia sintió que la sangre se le congelaba en las venas. La respiración se le cort
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