—No deberías estar aquí, princesa —susurra Carlo, su voz apenas un soplo de aire entre los labios partidos.
Lo ignoro.
Mis tacones han quedado abandonados en algún rincón del pasillo, como si fueran lastres innecesarios. Camino descalza sobre el mármol helado, sintiendo cada vibración de mi corazón latiendo con furia dentro del pecho. Cruzo la puerta entreabierta y lo veo. Allí. En esa cama de hospital improvisado dentro de una de las propiedades más discretas de mi familia, con un vendaje oscuro cubriéndole el costado izquierdo, la piel bronceada rota por la sangre seca que no alcanzaron a limpiar del todo.
El guardaespaldas que era invencible para todos, luce ahora mortal. Humano. Jodidamente vulnerable.
—Isabella… —repite, con esa mezcla de reproche y rendición que solo él sabe conjurar. Pero no se mueve. No me echa. Y eso ya es suficiente.
Avanzo hasta su lado y me siento en el borde del colchón, apenas tocando el borde con las caderas. Está sudando, y su respiración se escucha co