La paz huele a mentira. Siempre lo ha hecho.
Tal vez porque en mi mundo —ese que se oculta tras vitrinas de cristal, chaquetas de diseñador y copas de vino caro— la palabra "paz" se pronuncia con las fauces apretadas, como si masticara veneno. Como si nadie terminara de creerla.
Esta mañana, mientras me colocaba los guantes de cuero negro con la parsimonia de una reina antes del baile, supe que estaba por cruzar una línea invisible. De esas que no se ven, pero que cuando las pisas, lo cambian todo.
Roberto no lo sabe aún, pero hoy va a caer.
Y yo... bueno, yo ya no tiemblo.
—¿Estás segura de esto? —pregunta Luca, apoyado en el umbral de mi oficina, con los brazos cruzados y esa tensión animal que siempre carga sobre los hombros.
Luca. Mi guardaespaldas. Mi confidente. Mi maldita tentación diaria.
Lo miro por encima del borde de mis gafas de lectura. Estoy revisando, una vez más, el acuerdo falso de tregua que enviamos a Roberto. Es perfecto. Lo suficiente para alimentar su ego, lo bas