Roberto tenía un talento especial para el veneno disfrazado de promesas. Esa mañana, cuando me llegó la noticia de su supuesta oferta de alianza, supe que detrás de esa palabra dulce como miel se escondía una trampa mortal. Pero esta vez, la jaula la había diseñado yo.
Desde que recibí la carta de papá, cada movimiento que hacía estaba calculado, anticipando sus jugadas, leyendo sus intenciones como un libro abierto que él creía cerrado. El enemigo subestimaba mi inteligencia, mi astucia… y eso siempre había sido su peor error.
Roberto envió a uno de sus hombres más cercanos a una reunión secreta, con un mensaje claro: quería hablar de paz, de unión. Una alianza que, según él, pondría fin a años de desconfianza y traiciones. El aroma de traición estaba en el aire, pero esta vez no era yo quien caería en la trampa.
—No vamos a jugar a su juego —le dije a mi guardaespaldas, mientras repasaba cada detalle—. Necesitamos adelantarnos, hacer que él crea que controla la partida cuando en rea