No sé en qué momento exacto pasó. No sé cuándo la necesidad de tenerlo cerca se volvió tan apremiante como respirar. Quizás fue en una de esas tantas noches donde lo escuché hablar bajo, justo fuera de mi puerta, asegurándose de que nadie entrara mientras yo dormía. Quizás fue cuando me rodeó con su cuerpo durante un tiroteo, como si su vida no tuviera valor comparada con la mía.
O quizás fue siempre.
Lo que sé es que Luca se ha vuelto una obsesión muda. Y lo peor… o lo mejor, es que no me hace falta escuchar sus pensamientos para saber que él siente lo mismo. Porque lo veo. Lo siento.
Su mirada no me toca, me desnuda.
Su silencio no me ignora, me protege.
Y sus manos, esas manos grandes, callosas, firmes… me rozan sin querer, pero cada roce es un incendio que empieza en mi piel y termina en el pecho.
Esta noche, la mansión está llena de luces cálidas, música clásica de fondo y conversaciones diplomáticas. Una cena formal, organizada para reforzar alianzas con los socios de la Costa A