La carta llegó una tarde gris, cuando la lluvia golpeaba el ventanal con la insistencia de un recuerdo que no se quiere borrar. Era un sobre simple, sin lujos, pero con mi nombre escrito con una caligrafía inconfundible: la letra firme y cuidadosa de mi padre. No pude evitar un escalofrío al sostenerlo entre mis manos, como si tocar ese pedazo de papel fuera una forma de tocarlo a él de nuevo, aunque solo fuera en la distancia.
Abrí el sobre con cuidado, como quien desarma una trampa que ha esperado años para activarse. El papel estaba ligeramente amarillento, y al desplegarlo, una mezcla de tinta y tiempo me envolvió.
Querida Isabella,
Si estás leyendo esto, significa que ya no estoy. No quise dejar estas palabras en vida, porque necesitaba que fueras tú quien decidiera cuándo enfrentarlas. La verdad es un peso que debes llevar con la cabeza alta y el corazón fuerte.
Sabía que Roberto no era el hombre que parecía, y aunque fingí no verlo, nunca dejé de estar alerta. Mis peores temore