El encierro de Jade no era solo físico; era una prisión de la voluntad. Cada día era una lucha contra la desesperación, una confirmación de la victoria de Hywell. La imagen de Nick, degradado y distante, la carcomía, alimentando su culpa, pero a medida que pasaban los días, una chispa de su antigua astucia, la misma que había usado en la mesa de póker, comenzó a encenderse. Si la fuerza bruta y la súplica eran inútiles, quizás la manipulación sería su única arma. Tenía que intentar debilitar el control de Hywell, encontrar una fisura en su armadura.
Sabía que la única forma de conseguir un respiro, de aliviar las cadenas impuestas a Nick y a ella, era jugar el juego de Hywell, y eso significaba usar la única herramienta que, aparentemente, él valoraba: su propia persona como esposa, su atractivo.
Una noche, mientras el sol se ponía, tiñendo el cielo de naranjas y púrpuras, Jade se preparó, no para la sumisión, sino para la seducción. Se vistió con una prenda íntima y fluida que caía s