My Lady es una historia de magia, romance y coraje ambientada en un mundo encantado donde la literatura es tan poderosa como los echizos. Alcira Zuanich, una joven noble de piel clara y gusto refinado, viste siempre de tonos rosados qué realzan su delicadeza y elegancia. amantes de los libros y la moda, su vida gira en torno a bailes, letras y belleza... hasta que es secuestrada por fuerzas oscuras qué buscan controlar un antiguo secreto mágico que ella desconoce poseer. cuando todo parece perdido, un joven caballero llamado Diemides se embarca en una peligrosa misión para rescatarla. El no solo deberá enfrentarse a criaturas mágicas y trampas encantadas, sino también descubrir qué une realmente realmente con el de Alcira. En este universo donde la ficción cobra vida, los susurros de los libros antiguos guían a los valientes y la palabra "Mi lady" puede ser tanto como un saludo como una promesa.
Leer másEl lago del Valle Espejado no era solo agua: era memoria. Cada ola reflejaba no solo el cielo, sino también fragmentosde pasado, presente y futuros posibles. Alcira lo sintió apenas puso un pie en la orilla. Una vibración cálida, melancólica… y peligrosa.—Debemos cruzar hasta la isla —dijo ella, observando cómo la torre cristalina palpitaba como un faro viviente.Pero el paso no era simple. No había botes. No había puente. Solo el agua brillante y la certeza de que no debían tocarla sin permiso.Alcira cerró los ojos, extendió las manos, y recitó uno de los versos del libro antiguo. La superficie del lago tembló, yde entre sus profundidades emergieron pasos de cristal flotante, formando un sendero efímero.—Debemos apurarnos. Este camino no durará mucho —advirtió, comenzando a caminar con Diemides a su lado.A medida que se acercaban a la isla, el aire se volvía más denso. Cada respiración costaba más. Y entonces, justo antes de llegar al último paso, el
Tras la dura batalla en el templo de las Aguas Profundas, Diemides y Alcira se refugiaron en una caverna cercana mientras sus tropas aseguraban el terreno. Las heridas de ella habían sido tratadas con ungüentos mágicos, pero la fatiga aún pesaba en su cuerpo. Sin embargo, su mente no descansaba. El nombre de sus enemigos seguía repitiéndoseen su cabeza: la Orden de los Caídos.—¿Quiénes son realmente? —preguntó Alcira, sentada junto a una pequeña fogata.Diemides, que afilaba su espada con paciencia, levantó la vista. Sus ojos verdes brillaban a la luz del fuego.—No siempre fueron enemigos. Hace siglos, eran guardianes de los mismos sellos que ahora desean destruir. Monjes, sabios, protectores de la magia antigua. Pero algo ocurrió.—¿Qué cambió? —preguntó ella, intrigada.—Ambición —respondió él con tono amargo—. Uno de suslíderes, Alzareth, descubrió que los sellos no solo protegían el equilibrio del mundo, sino que ocultaban una fuente de poder pur
El camino hacia el norte era frío y áspero. El aire se volvía más seco con cada legua, y las hojas de los árboles se tornaban grises, como si el invierno se hubiera anticipado en esa región olvidada. Alcira cabalgaba en silencio, el grimorio atado a su cintura como una extensión de su cuerpo. A su lado, Diemides guiaba su caballo con mirada atenta, siempre alerta, como si en cualquier sombra pudiera aparecer un enemigo oculto.Habían partido del Corazón Dormido con la promesa de enfrentar la verdad, pero Mareth no era solo una fortaleza olvidada: era una herida en el mundo. El Custodio les habíacontado antes de partir que en sus mazmorras descansaba uno de los sellos del Velo, el que guardaba el segundo Fragmentario.Tras dos días de viaje, al fin divisaron las murallas negras de Mareth, medio cubiertas de hiedra y ceniza. Una estructura que parecía abandonada desde hace siglos, aunque el aire que la rodeaba pulsaba con una energía oscura, latente, ca
El Fragmentario chilló como si cada palabra le doliera. El Custodio, aún resistiendo, se volvió hacia ella con urgencia. —¡El sello está roto! Debes reconstruirlo… ¡con tu voluntad! Alcira entendió. Extendió los brazos y convocó al grimorio que llevaba desde que lo encontró. El libro flotó frente a ella, sus páginas se abrieron por sí solas y un texto desconocido brilló en letras de fuego: “Por la sangre que me llama, por el mundo que me sueña, que el Velo se cierre con mi esencia eterna.” Las palabras surgieron de su boca sin pensarlas. El viento se arremolinó, arrastrando la oscuridad del Fragmentario hacia un vórtice que se abría en el cielo. El ser gritó, se retorció, y fue arrastrado en un torbellino de sombras que se desvaneció al cerrarse el cielo como un ojo que despierta. El silencio cayó. Las estrellas volvieron a verse. La barrera del Custodio se disolvió. Diemides, jadeando y con cortes en los brazos, corrió hacia Alcira. —¿Estás bien? Ella asi
Las estrellas se reflejaban en el riachuelo que serpenteaba cerca del camino. Diemides y Alcira, cubiertos por capas oscuras, habían detenido su marcha al anochecer y acampaban en la espesura, cerca de un claro seguro. Aunque las fogatas estaban prohibidas para evitar ser vistos, compartían el calor de su cercanía mientras cenaban pan seco y bayas.—Más allá de estas colinas se encuentra Eldvar, el último pueblo antes de las Ruinas de Fynell —dijo Diemides, revisando un mapa envejecido.—El nombre me suena. Mi institutriz hablaba de ese lugar… decía que la gente de Eldvar guardaba secretos que incluso los reyes temían.—Con razón. Muchos creen que bajo el pueblo yace un fragmento de un grimorio antiguo. Uno que controla parte del Velo de Hierro.Alcira tragó saliva. Desde que despertó sus poderes, cada palabra sobre magia la rozaba como un cuchillo fino.Al amanecer, cabalgaron hac
El sol aún no había salido cuando Alcira dejó Altavilla. El silencio del amanecer la envolvía, y solo el crujir de las hojas bajo sus botas rompía la quietud. El libro mágico descansaba bien envuelto en su bolsa, pegado a su costado como un corazón extra. El bosque se alzaba ante ella como un muro de sombras y verdes. Las ramas parecían susurrar entre sí, como si advirtieran su llegada. Pero Alcira no se detuvo. La magia en sus venas la guiaba. El mapa en el libro había sido claro: debía seguir el arroyo hasta que encontrara un árbol caído con raíces en forma de espiral. Desde allí, el camino hacia el "Corazón Dormido" se revelaría. Caminó durante horas, dejando atrás los campos y los recuerdos. Se detuvo solo cuando el sol se alzó en el cielo, y el murmullo del agua le indicó que el arroyo estaba cerca. Siguió su curso, observando cómo el entorno se volvía más denso, más vivo... más antiguo. El árbol caído apareció a media tarde. Era exa
El aire del bosque olía a tierra húmeda y libertad. Alcira corría entre ramas y raíces, sus pies descalzos arañados, su vestido destrozado hasta parecer un harapo. La magia que había usado para abrir la puerta aún le temblaba en las venas, como una chispa que se negaba a apagarse. No entendía qué había pasado, solo sabía que no podía quedarse ahí. Ni un segundo más. Llevaba dos días sin comer, apenas había dormido, pero algo más fuerte que el hambre o el miedo la impulsaba: la certeza de que si no escapaba, no volvería a ver la luz del sol. La encontró una carreta desvencijada, guiada por un anciano que llevaba sacos de trigo. Apenas pudo hablar, le pidió agua, le dijo que venía huyendo de hombres peligrosos. No preguntó más. Alcira sabía que, en ciertas regiones, el silencio era la única forma de bondad. El viaje duró horas. Dormitó entre los sacos, y cuando abrió los ojos, ya no había bosque. Solo campos abiertos, colinas suaves, y al f
El canto de Alcira se desvanecía entre los árboles mientras Lirien trotaba plácidamente por el sendero del bosque. Los rayos de sol se colaban entre las hojas, salpicando su vestido rosa con destellos dorados. Se sentía en paz, como si todo lo que existiera fuera ese instante de belleza suspendida.Pero entonces, Lirien relinchó de forma abrupta. Alcira frunció el ceño. El viento había cambiado. Se giró apenas, sintiendo un escalofrío recorriéndole la espalda. No estaba sola.De entre los árboles, emergieron tres figuras encapuchadas montadas en caballos negros como la noche. Iban rápido, sin emitir palabra. Alcira apenas tuvo tiempo de espolear a Lirien antes de que comenzara la persecución.-¡Vamos, Lirien! ¡Corre! -gritó, aferrándose a las riendas.El bosque que antes era su refugio se volvió una trampa. Las ramas parecían cerrarse sobre ella, y los cascos resonaban detrás, cada vez más cerca. Alcira sentía el corazón en la garganta, el terror
Los rayos dorados del amanecer se colaban entre las cortinas de encaje, acariciando suavemente los rizos castaños de Alcira Zuanich. Sentada en su diván junto a la ventana, con un libro abierto entre las manos y una taza de té humeante a su lado, parecía una pintura viva. Llevaba un vestido de gasa rosa pálido, con delicados bordados en forma de flores. El rosa siempre le había gustado: no solo armonizaba con su piel clara y sus mejillas sonrosadas, sino que la hacía sentir ligera, etérea, como si caminara entre nubes.—¿Mi lady desea algo más? —preguntó una doncella, inclinándose ligeramente.—Silencio —susurró Alcira sin alzar la vista—. La historia está a punto de dar un giro.La doncella sonrió y se retiró en silencio. Alcira siguió leyendo con avidez, los ojos brillándole con cada palabra. Era una novela antigua, Los suspiros de Beltrán, una historia de amores imposibles, duelos en la niebla y promesas rotas. Para Alcira, los libros eran más que tinta