El sol aún no había salido cuando Alcira dejó Altavilla. El silencio del amanecer la envolvía, y solo el crujir de las hojas bajo sus botas rompía la quietud. El libro mágico descansaba bien envuelto en su bolsa, pegado a su costado como un corazón extra.
El bosque se alzaba ante ella como un muro de sombras y verdes. Las ramas parecían susurrar entre sí, como si advirtieran su llegada. Pero Alcira no se detuvo. La magia en sus venas la guiaba. El mapa en el libro había sido claro: debía seguir el arroyo hasta que encontrara un árbol caído con raíces en forma de espiral. Desde allí, el camino hacia el "Corazón Dormido" se revelaría. Caminó durante horas, dejando atrás los campos y los recuerdos. Se detuvo solo cuando el sol se alzó en el cielo, y el murmullo del agua le indicó que el arroyo estaba cerca. Siguió su curso, observando cómo el entorno se volvía más denso, más vivo... más antiguo. El árbol caído apareció a media tarde. Era exactamente como el dibujo: retorcido, con raíces que se enroscaban como serpientes dormidas. Se arrodilló frente a él y sacó el libro. Las páginas volvieron a brillar. "Debes pedir permiso al bosque. Si reconoce tu sangre, abrirá el camino." Alcira se levantó lentamente y cerró los ojos. -Soy Alcira Zuanich, hija de la luz olvidada, de la sangre de Illyria. Si el bosque me escucha, le pido que me deje pasar. El viento se detuvo. Un susurro, apenas un murmullo, recorrió el follaje. Luego, el tronco del árbol comenzó a temblar. La tierra se abrió justo más allá, revelando un sendero oculto cubierto de flores azules y líquenes dorados. Ella tragó saliva. Y entró. ~◇~ El "Corazón Dormido" no era un lugar... era un espacio fuera del tiempo. El bosque cambió. Los árboles eran más altos que torres, y sus hojas brillaban tenuemente, como si guardaran estrellas entre sus ramas. El aire tenía un perfume dulce, extraño, y los sonidos eran lejanos, como si el mundo real se hubiese quedado atrás. Alcira caminaba sin saber cuánto tiempo pasaba. En algún momento, el sol desapareció, y un crepúsculo suave lo reemplazó. Las flores azules que bordeaban el camino se abrían a su paso, como si reconocieran a una reina. Hasta que llegó. Una antigua piedra se alzaba en medio de un claro, cubierta de inscripciones en un idioma que no conocía... pero que entendía. Era como si las palabras entraran directamente en su mente. "Aquí reposa la llama de Illyria. Aquí dormita la memoria del fuego." El libro tembló en su bolsa. Alcira se acercó a la piedra y colocó su mano sobre ella. -¿Qué es lo que debo recordar? Entonces la visión la tomó. El mundo giró. Ya no estaba en el bosque. Estaba en un templo rodeado por fuego, donde mujeres de ojos dorados alzaban sus manos hacia el cielo. Una sacerdotisa, con el mismo rostro que ella pero siglos más vieja, hablaba: -Cuando la sombra vuelva, una hija olvidada despertará. Con fuego en el pecho y luz en los ojos. Solo ella podrá restaurar lo perdido. Alcira cayó de rodillas mientras el poder la atravesaba. Volvió al claro jadeando, con la frente empapada en sudor. La piedra brilló. En su centro, se abrió una rendija. Dentro, un objeto. Un colgante de cristal dorado con la flor de seis pétalos. Alcira lo tomó. El cristal se fundió con su piel. Y de pronto... entendió muchas cosas. No estaba huyendo. Estaba cumpliendo una profecía. El "Corazón Dormido" no era un destino. Era un llamado. Y ahora... debía decidir si responder. El bosque seguía susurrando secretos cuando Alcira se alzó, todavía aturdida por la visión. El colgante en su cuello ardía suavemente, como una llama dormida. Sentía la energía recorriéndole el cuerpo, pero también una oleada de confusión. Había visto tanto... había entendido tanto y, a la vez, tan poco. Se giró para volver sobre sus pasos cuando escuchó algo más que el susurro del bosque. Un crujido. Pisadas. Y luego... una voz. -¡Alcira! Ella se giró con rapidez, su corazón golpeando contra el pecho. Era imposible... ¿era una ilusión? Pero entonces lo vio. Entre los árboles, emergiendo con el porte recto de quien ha cruzado la oscuridad sin perder la luz, estaba Diemides. Su armadura estaba rayada, su capa rasgada, pero sus ojos -verdes, intensos- la buscaban solo a ella. -Diemides... -susurró. Él apenas tuvo tiempo de dar dos pasos antes de que Alcira corriera hacia él y lo abrazara con toda la fuerza que le quedaba. Se aferró a su pecho, como si su corazón dependiera de ese contacto. Él la sostuvo en silencio por un momento largo. Su mano temblorosa le acarició el cabello. -Estás viva... -susurró él contra su frente-. Los rumores decían que te habían llevado al otro lado del continente, que habías muerto en una celda de hierro. Pero yo... yo no podía creerlo. -Me tenían... encerrada. En un lugar oscuro. Me exigían poderes que no conocía... -ella se apartó apenas para mirarlo a los ojos-. Pero eran reales, Diemides. Los poderes eran reales. Están despertando en mí. Él asintió lentamente, mirándola con asombro y alivio. -Tu luz se siente desde lejos, Alcira. No tienes idea de cuánto te he buscado. Soñaba con este momento cada noche desde tu desaparición. Ella tomó su mano. -Ven. Hay algo que debes ver. ~◇~ En el claro del Corazón Dormido, la piedra aún brillaba con una energía antigua. Diemides observó en silencio mientras Alcira le mostraba el colgante y le contaba lo que había visto: el templo de fuego, las mujeres con ojos dorados, y la profecía. -El linaje de Illyria... -murmuró él, con reverencia-. Mi abuela me hablaba de eso cuando era niño. Decía que un día una heredera surgiría entre las sombras. Pero nadie en la corte creía ya en esas leyendas. -Entonces tú también conocías la historia... -No solo la conocía. Me fue confiada una misión hace años. Una misión de la que nunca hablé contigo, Alcira, porque me juré que no te arrastraría a peligros sin necesidad. -La miró fijamente-. Pero ahora lo sé: todo conduce a ti. -¿Por qué me buscaban? ¿Por qué querían saber mis poderes? Diemides bajó la mirada. Sacó un pequeño pergamino de entre su cinturón. -Esto lo encontré en el castillo del duque Yunes. Fue interceptado en la frontera. Es una orden de captura para ti... firmada con el sello de una organización llamada "El Velo de Hierro". Alcira lo tomó, con el estómago encogido. Las palabras eran claras: "Capturar a la última hija de Illyria antes de su despertar. No debe llegar al Corazón Dormido. Si se activa el relicario, será demasiado tarde para detenerla." -Querían evitar esto -susurró Alcira-. La activación del colgante. El despertar. -Yunes... -dijo Diemides con voz tensa-. ¿Sabías que él está relacionado con El Velo? Alcira se quedó inmóvil. -No... yo... estaba enamorada de él. Diemides apretó la mandíbula, pero no dijo nada. Solo le puso una mano en el hombro. -Entonces tienes que saber la verdad. Él buscaba casarse contigo para controlar tu linaje. Sabía lo que eras. No por amor... sino por poder. Las lágrimas comenzaron a llenar los ojos de Alcira, pero se las secó con el dorso de la mano. -No más mentiras. No más jaulas. Es momento de buscar la verdad por completo. Diemides asintió. -El libro que encontraste es solo el principio. Hay otro. Uno que está guardado en las Ruinas de Fynell, al norte. Según los sabios del templo, contiene los secretos completos de Illyria. Sus orígenes, su destrucción, su promesa. -¿Y vamos hacia allá? -Sí. Pero no será fácil. El Velo de Hierro ya lo está buscando. Y nosotros no somos los únicos que despiertan. Ella sonrió débilmente, aunque en sus ojos brillaba una llama nueva. -Entonces iremos juntos. Él entrelazó su mano con la de ella, y por un instante, el claro se iluminó como si el bosque aprobara su unión. Bajo la sombra milenaria de los árboles del Corazón Dormido, Alcira y Diemides se encaminaron hacia el norte. Dos almas unidas por destino y poder. Dos llamas que se preparaban para enfrentar la tormenta. Porque la verdad, finalmente, comenzaba a despertar. El bosque quedó atrás, y los campos abiertos se extendían como un mar dorado ante ellos. Dos caballos galopaban al ritmo del viento: uno pardo, ágil como una sombra, y otro negro, noble y altivo como un rayo de luna. Sobre ellos, Alcira y Diemides cabalgaban lado a lado, unidos por un destino que apenas comenzaban a comprender. El sol bajaba lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de naranjas y rosas. Era un paisaje hermoso, pero el rostro de Alcira mostraba un peso más grande que la distancia recorrida. Diemides la observó de reojo. Su cabello castaño ondeaba como una cortina de seda, y sus ojos miel miraban el camino sin realmente verlo. -¿Quieres hablar de lo que ocurrió? -preguntó él, con suavidad. Ella tardó unos segundos en responder, como si sus pensamientos fueran pesados de desenredar. -Lo he guardado tanto tiempo, Diemides. Pero creo que si no lo suelto ahora... me romperé por dentro. Él asintió, apretando ligeramente las riendas de su caballo para disminuir la velocidad y mantenerse a su lado. -Estoy aquí. Háblame. Alcira inhaló hondo. El aroma del pasto húmedo la envolvía, pero su voz, aunque baja, era firme. -Me llevaron una mañana mientras cabalgaba. Pensé que era una broma, una de esas ideas tontas de mis amigas. Pero cuando me cubrieron la cabeza y me arrastraron a un carro, supe que no lo era. Diemides apretó la mandíbula, el verde de sus ojos encendido por la furia contenida. -Te juro que los encontraré a todos -murmuró él. Ella negó con la cabeza, tocando brevemente su brazo para calmarlo. -Me encerraron en una celda de piedra. Sin luz. Sin comida. Dos días... sin más compañía que las cadenas y mis pensamientos. Luego apareció ese hombre... encapuchado, de voz fría. Me preguntó por mis poderes. Me exigió que le dijera la verdad. -¿Qué hiciste? -Mentí. Le dije que no tenía ninguno. Que era una simple dama noble... lo que siempre creí ser. Pero algo en mí... comenzó a despertarse. Empecé a oír cosas. A sentir cómo las piedras me escuchaban... cómo las palabras abrían cerraduras. Rompí las cadenas con mis manos, Diemides. Le pedí a la puerta que se abriera, y se abrió. Él la miró como si estuviera viendo una estrella caer ante él. -Eres magia viva, Alcira. Ella sonrió con tristeza. -Entonces huí. Crucé bosques, dormí bajo árboles, fui ayudada por una viuda con siete hijos. Me protegió como si fuera suya. Aprendí a hervir raíces, a dormir con un ojo abierto, a desconfiar de los que sonríen demasiado. No fui lady ni noble. Solo... alguien que quería sobrevivir. Diemides le sostuvo la mirada con intensidad. -Has sido más fuerte que muchos guerreros que he conocido. Alcira volvió a mirar al frente, pero esta vez con un poco más de luz en sus ojos. -¿Y tú? ¿Cómo me encontraste? Él bajó ligeramente la mirada, como si aún le costara admitir lo que sentía. -No dejé de buscarte ni un solo día. Recorrí aldeas, hablé con bandidos, me enfrenté a sombras que no tenían rostro. Soñaba contigo, con tu voz. Algo me decía que seguías viva... y que me necesitabas. El silencio que siguió fue suave, casi sagrado. Solo el galope de los caballos y el viento entre las flores los acompañaba. Finalmente, Alcira preguntó en voz baja: -¿Me has odiado por no confiar en ti desde el principio? Diemides se giró hacia ella. Su mirada verde brillaba con sinceridad. -Jamás. Solo me dolió no haberte podido proteger. Pero ahora que te tengo de nuevo... no pienso fallarte. Ella se acercó un poco más en su montura, y por un momento, sus manos se rozaron. -Gracias... por volver por mí. Él no respondió con palabras. Solo inclinó la cabeza con un gesto solemne, como si su silencio dijera más de lo que mil frases podrían abarcar. Mientras el cielo se teñía de violeta, y las estrellas asomaban una a una, Alcira y Diemides cabalgaron hacia el norte. Rumbo a las Ruinas de Fynell. Rumbo a la verdad. Y aunque el camino aún era largo, por primera vez en mucho tiempo... ella no se sentía sola.