Con el medallón brillando sobre su pecho y el diario de su
padre aún palpitando con magia ancestral, Alcira sintió
cómo el bosque a su alrededor cambiaba. El Lago de las
Sombras parecía haberse silenciado por completo, y una brisa helada emergió desde el corazón del bosque, haciendo
temblar las hojas con un murmullo susurrante.
—Algo se aproxima —dijo Diemides, poniéndose de pie y
desenvainando su espada.
Alcira cerró el cofre, lo guardó en su bolso y se alzó
también. El medallón vibraba, guiándola hacia una vereda
que no había estado allí antes: un camino estrecho de
piedra, envuelto en niebla plateada. Sin decir palabra,
ambos comenzaron a caminar, sabiendo que el próximo
sello estaría custodiado por pruebas que pondrían a prueba
no solo su poder, sino su voluntad.
Tras un largo trecho, llegaron a un claro rodeado de árboles
altos como torres. En el centro, una estructura de piedra,
como un arco en ruinas, brillaba con runas antiguas que
resplandecían c