El día que los trillizos, Gabriela, Sofía y Mateo, recibieron el alta de la UCI neonatal fue una mezcla embriagadora de alegría y terror para Amelia y Noah.

La salida del hospital, que había sido su santuario de esperanza durante semanas, se sintió como un paso hacia un mundo desconocido. La mansión Koch, antes un lugar de quietud majestuosa, ahora se preparaba para ser el epicentro de un caos bendecido.

En el coche, Noah conducía con una precaución extrema, como si el asfalto bajo sus ruedas fuera de cristal. Amelia, sentada atrás, no apartaba la vista de los tres diminutos portabebés.

—¿Estás nerviosa? —preguntó Noah, su voz suave.

Amelia rió nerviosamente. —¡Aterrada! ¿Y si no sabemos qué hacer? ¿Y si no los escuchamos?

—Estamos juntos en esto, mi amor —Noah tomó su mano, reconfortándola—. Y tenemos al mejor equipo. Las enfermeras nos han enseñado todo. Y Lucero y Alma están listas para la guerra.

Al llegar a la mansión, el personal los esperaba con sonrisas y lágrimas de felicidad