—Solo necesito una noche —dijo, mi hermana gemela, alzando un dedo en el aire como si estuviera pidiendo algo insignificante—. Una sola noche en la que te hagas pasar por mí. —¡Eso es imposible! —respondí, cruzándome de brazos y mirándola con incredulidad. Marina se inclinó hacia mí, con un brillo en los ojos que me puso los pelos de punta. —¿Imposible? Por favor, Maite. Eres actriz. ¿No se supone que eres la mejor en lo que haces? Esto es un papel. Una gran película, pero en la vida real. Lo que comenzó como un favor inocente para mi hermana pronto desmoronó mi mundo. Fingir ser Marina frente a su prometido, Aris, no solo puso a prueba mis habilidades como actriz, sino que también destruyó todo lo que creía conocer de mí misma. Esa noche, en los brazos del hombre que jamás debí desear, cometí el mayor error de mi vida. Gracias a este error terminé atrapada en un matrimonio lleno de deudas y mentiras, mientras descubría que estaba embarazada, pero no de mi esposo… sino de Aris. Huir fue mi única opción para proteger a mis hijos. Pero cuando finalmente decidí regresar y enfrentar las consecuencias, caí en un juego oscuro y peligroso orquestado por Aris, quien ya sabía parte de la verdad.
Leer másPOV. MAITE
Las luces del camerino me cegaban mientras el equipo de maquillaje trabajaba con precisión sobre mi rostro. En ese espejo gigante veía a la mujer que había soñado ser toda mi vida. Estaba a punto de interpretar el papel más importante de mi carrera, el que me llevaría a la cima, al estrellato en Hollywood. Pero en ese momento, mi mente estaba a mil kilómetros de distancia.
Un golpe suave en la puerta me hizo girar la cabeza. Una empleada, con una expresión tímida, se asomó.
—Señorita Maite, esto es para usted.
Con el ceño fruncido, tomé el sobre que me entregaba. Apenas cerró la puerta, lo abrí con curiosidad. Un pendrive cayó sobre mi mano.
«¿Qué demonios será esto?», pensé. Sin darle demasiadas vueltas, conecté el dispositivo a mi laptop y lo abrí. Dentro había una sola carpeta con mi nombre. Mi corazón comenzó a latir más rápido.
Un video. Al darle clic, la pantalla se llenó de imágenes explícitas. Me quedé sin aliento.
—¡Dios mío! ¿Qué es esto? —jadeé, llevándome una mano a la boca.
No podía ser yo. ¡No era yo! Pero... la mujer en el video era idéntica a mí. Mi mente, en caos, buscaba desesperadamente una explicación. Entonces, lo entendí. Marina. Mi hermana gemela.
Siempre habíamos sido iguales, aunque ella llevaba el cabello corto desde que éramos adolescentes, mientras que yo lo tenía largo. Pero en ese video... su cabello era como el mío. Nadie que nos conociera superficialmente podría notar la diferencia.
Un nudo se formó en mi garganta. No comprendía cómo había sucedido esto, pero la certeza de que nadie me creería era abrumadora.
De repente, la puerta del camerino se abrió de golpe, y Javier, mi manager, entró con su habitual energía.
—Maite, concéntrate. Están esperando por ti. Este es tu momento. Hoy no hay margen para errores —dijo Sergio, mi manager, desde el rincón del camerino. Su tono era firme, pero no hostil, aunque sabía que detrás de esa fachada tranquila había una presión innegable—. Este es tu momento, tu oportunidad de llevar tu carrera al siguiente nivel. Esta serie será recordada como la mejor de todas, y tú serás la estrella que lo haga posible. Este papel no es solo un trabajo; es tu legado.
—Sí, sí... claro, Javier —respondí nerviosa, cerrando la laptop de golpe. Mi mente seguía atrapada en las imágenes del video.
Javier me miró con atención, pero no dijo nada más. Aproveché el momento para sacar rápidamente el pendrive, con las manos temblorosas, y tratar de devolverlo al sobre. Fue entonces cuando noté algo más dentro: una carta.
Con disimulo, saqué la hoja y comencé a leerla mientras Javier seguía hablando. Mis ojos recorrieron las palabras con incredulidad. Era de Marina.
"Querida hermana", decía, "sé que esto te sorprenderá, pero no tengo otra opción. Si no regresas a casa para hacerme un favor, voy a filtrar este video. Tú y yo sabemos que nadie podrá distinguirnos. No tengo otra opción. Lo siento."
Mi respiración se aceleró. Mis labios se curvaron en una sonrisa amarga mientras releía la carta. ¿Un favor? ¿Qué clase de favor era este?
—¡¿Qué tipo de favor es ese?! —grité sin darme cuenta.
—¿Dijiste algo? —preguntó Javier, levantando una ceja.
—No... no, nada —mentí, doblando rápidamente la carta y metiéndola de nuevo en el sobre.
Sin pensarlo, giré hacia él.
—Javier, necesito irme a Italia. Ahora mismo.
—¿Qué? ¿Estás loca? —respondió, sorprendido—. Maite, este es tu gran día. No puedes irte.
—Es una emergencia familiar. No tengo opción —insistí, con una firmeza que no admitía discusión.
Por dentro, el pánico me consumía. No podía permitirme llegar a la cima de mi carrera y que ese video saliera a la luz. Nadie entendería la verdad. Marina y yo éramos tan idénticas que solo nuestra madre y unas pocas personas cercanas podían diferenciarnos.
Javier me miró con incredulidad, pero asintió con un suspiro resignado.
—¿Estás loca? —espetó, incrédulo—. Las cláusulas son claras. Cualquier retraso significa pagar penalizaciones enormes. Además, piénsalo, Maite: todo lo invertido en este set…
—Yo pagaré —interrumpí, desesperada—. Por favor, Sergio. Ayúdame por favor.
Bufó, visiblemente frustrado, pero al final cedió con un gesto.
—Está bien. Haz lo que tengas que hacer, pero esto tendrá consecuencias, Maite.
Tienes dos días. Ni uno más. En dos días quiero verte en un asiento VIP rumbo a Francia.
Asentí, aliviada, pero sabía que esto no sería sencillo.
Durante el vuelo, observé por la ventana las nubes que se extendían como algodón sobre el cielo. Mi mente regresó a los días de mi infancia. Tenía doce años cuando mi mundo se desplomó. Mi padre, un CEO acaudalado, cayó en la ruina, y fue encerrado en prisión, acusado por fraude, y mamá no tardó en casarse con su mejor amigo, un hombre que nunca me quiso cerca.
El cual me envió a un internado en Nueva York, y cuando cumplí dieciocho, dejó claro que ya no era bienvenida en su vida. Desde entonces, aprendí a valerme por mí misma.
Cuando al fin llegue una mujer abrió la puerta. Su mirada era cautelosa, como si dudara de quién era yo.
—Soy Maite. He venido a ver a mi hermana. —Mis palabras sonaron débiles incluso para mí.
Ella asintió con desgana y me dejó pasar.
La casa de mi infancia no era como la recordaba. No había calidez, ni memorias felices. Solo muros fríos que parecían murmurar secretos olvidados. Al entrar, noté que habían eliminado mi rostro de los retratos familiares. No quedaba nada que indicara que alguna vez pertenecí allí.
Caminé con pasos decididos hasta el área de la piscina, donde sabía que encontraría a Marina. Y ahí estaba, como siempre, despreocupada, tumbada en una chaise longue, con unas gafas de sol enormes cubriéndole el rostro y un sombrero de ala ancha que apenas dejaba ver su sonrisa satisfecha.
Un vaso de zumo frío descansaba sobre la mesa junto a ella, y la escena de su desfachatez hizo que la rabia subiera en mí como un volcán a punto de estallar.
—¡Marina! —gruñí, llamando su atención.
Ella apenas giró la cabeza, levantando las gafas lo suficiente como para mirarme con un aire de superioridad.
—Hola, hermanita. ¿Qué te trae por aquí? —preguntó con un tono burlón.
Sin pensarlo dos veces, agarré el vaso de zumo y se lo lancé directo al rostro. El líquido frío le cayó de lleno, haciendo que se incorporara de un salto mientras se sacudía frenéticamente la nariz.
—¡¿Pero qué demonios te pasa, Maite?! —gritó, sacudiendo las manos y frunciendo el ceño al sentir cómo el líquido se le había metido en las fosas nasales.
—¿Qué me pasa? ¡¿En serio te atreves a preguntármelo?! —espeté, acercándome más, con los puños apretados—. ¡¿Cuál es tu precio, desgraciada?!
Un año después.Cuando nació Adrianita, Maite pensó que su carrera había terminado. Que su papel ahora era ser madre, esposa, guía…Pero fue Alexandros quien le tomó el rostro entre las manos y le dijo con firmeza:—No renuncies a tu sueño. Hazlo por ti. Y hazlo por ella… para que sepa que una mujer puede ser madre y estrella al mismo tiempo.Y no estuvo sola. Alexandros, Damian, Gianna, Gael, Celine, Ariadna… incluso el propio Javier. Todos se convirtieron en su red, su equipo y su fe.Con el tiempo, las ofertas empezaron a llegar. Pequeños papeles. Luego, un protagónico. Y cuando se dio cuenta, estaba caminando por una alfombra roja.Y todo… sin dejar de ser madre.Maite no podía creerlo, ni siquiera mientras lo vivía.En solo un año, había alcanzado lo que parecía imposible durante tanto tiempo. Se convirtió en una actriz reconocida en Hollywood. Y no solo reconocida, sino aclamada.Su rostro adornaba marquesinas, sus palabras eran citadas en entrevistas, y su interpretación en un
Alexandros tomó un poco más de chocolate con los dedos y lo deslizó lentamente por el centro del escote de Maite, dibujando una línea cálida y dulce que le hizo arquear la espalda. La textura, tibia y pegajosa, contrastaba deliciosamente con su piel sensible. Maite soltó un leve jadeo, entrecerrando los ojos.—Alexandros… —susurró, sintiendo que su cuerpo entero respondía solo a su contacto, a su voz grave, y a su mirada encendida.—¿Dime, esposa mía? —preguntó, acercándose aún más a ella, lamiendo con lentitud el chocolate que acababa de esparcir sobre su piel.Maite tembló bajo su lengua, hundiendo los dedos en su cabello.—No juegues conmigo… —murmuró, con un hilo de voz—. Me derrites…—Esa es la idea —ronroneó él, y volvió a besarla, esta vez con más hambre, más necesidad.La empujó con suavidad hacia los cojines mullidos de la cama cubierta de pétalos. Su cuerpo la cubría, pero no con peso. La miraba como si fuera sagrada, y cada beso era un acto de adoración. Se detuvo en su
El cielo de la costa italiana era un lienzo pintado con pinceladas de naranja y dorado cuando Maite inspiró profundamente, acariciando con ternura su vientre abultado.Una sonrisa luminosa le decoraba el rostro. Estaba feliz. Volver a Italia, aunque fuera solo por su luna de miel, le parecía casi un sueño agradable.La brisa marina le revolvía suavemente los cabellos, y las risas de Gianna y Gael llenaban el aire como campanillas traviesas.Los pequeños apretaban sus manitas contra las suyas cada vez que una ola rompía cerca, saltando y chillando emocionados.—¡Mira mamá, mira! ¡Otra ola! —gritaba Gael, y Gianna lo imitaba con ese entusiasmo que solo los niños conocen.Alexandros caminaba junto a ellos, relajado, sonriendo sin reservas. En sus ojos brillaba algo que Maite reconocía como plenitud. Estaban juntos. Por fin. Sin miedo, sin amenazas, y sin enemigos, persiguiéndolos.Pasaron el día jugando en la arena, tomaron incontables fotos, se llenaron de besos robados cada vez que cre
Maite estaba acostada en el sofá, arropada con una manta de felpa, mirando una comedia ligera sin prestarle demasiada atención.Sus dedos rozaban su vientre casi por costumbre. A sus cinco meses, la pancita comenzaba a redondearse de forma hermosa.Alexandros estaba sentado en el borde del sofá, observándola con ese ceño fruncido que solo él sabía convertir en ternura pura.—¿Seguro que estás bien ahí? ¿El respaldo no te lastima, verdad? —preguntó por enésima vez.Maite suspiró, divertida.—Alexandros… si me muevo un centímetro más, voy a fusionarme con el sofá. Estoy bien. Lo juro por mi bebé.—¿Y mi segunda princesa está bien? ¿No quiere… una almohada especial para bebés que descansan en úteros adorables?—La bebé quiere que su papá se calme y se siente a su lado, por favor —dijo ella, dándole una palmadita al espacio vacío junto a su cadera, provocando que Gianna y Gael, qué estaban sobre la alfombra, rieran.Alexandros se rindió por un momento y se acomodó cuidadosamente, como si
Alexandros no respondió de inmediato. Caminó hasta quedar a pocos pasos, con las manos en los bolsillos de su pantalón de lino blanco y esa postura arrogante, pero elegante, que tanto lo caracterizaba.Sonrió apenas, como quien mide las palabras antes de dispararlas.—No. Solo salí para agradecerte... por cuidar de mi mujer mientras yo no estaba —dijo con voz grave y un tanto amenazante—. Y también para dejarte claro que nunca más vuelvas a tener esperanzas con ella.Javier lo miró de frente.—No te preocupes. Ya desistí —respondió con una honestidad dolorosa—. Aunque seas un tipo desagradable y aprovechado… o murieras otra vez, yo no volvería a cometer el mismo error tres veces. Maite nunca me verá de otra forma que no sea con los ojos de una amiga. Solo puede amarte a ti, sin importar tus defectos o en dónde estés. Me quedó bastante claro.Añadió:—Sin embargo, no me pidas que me aleje de ella. La estimo demasiado. Ella para mí es… como esa parte de tu vida que nunca quieres soltar.
—Madre también mereces ser feliz. Siempre has estado pendiente de que mi hermana y yo lo seamos... —dijo Alexandros con ojos llenos de emoción—. Pero ¿y tú? ¿Quién se preocupa por ti? Papá murió hace años... y sí, lo amamos, lo respetamos, pero él querría verte vivir, verte reír, enamorarte otra vez. ¡Enamorarte de mi suegro, no es traición! ¡Es justicia para ti!Ariadna se cubrió la boca, conteniendo un sollozo; esperaba todo menos esas palabras de su hermano.“Alex ha cambiado tanto que no puedo creerlo”, pensó Celine llorando de felicidad. Damian, sin decir nada, atrajo a Celine dándole un fuerte abrazo.—Hermano… —murmuró Ariadna con una sonrisa pícara mientras secaba sus lágrimas con el dorso de la mano—. No conocía esta faceta tuya tan romántica, ¿te golpeaste la cabeza o es que el amor también te está ablandando?Las risas comenzaron a florecer como un bálsamo, y entonces Ariadna, traviesa como siempre, dio una palmada. —¡Alto al drama, familia! ¡Hora de ponerle azúcar a esto
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