Amelia Gutiérrez, una hermosa joven sin recursos, se muda a Boston en busca de un futuro mejor y así ayudar a su tía a salir de prisión. Desesperada por su situación, acepta convertirse en madre subrogada para Noah Koch, un adinerado empresario que ha perdido recientemente a su esposa. A través de una inseminación artificial, Amelia queda embarazada de trillizos, y la convivencia diaria con Noah hace que ambos se enamoren. Sin embargo, un malentendido lleva a Amelia a creer que Noah solo está jugando con ella. Noah, quien había jurado no volver a amar tras la muerte de su esposa, se da cuenta de que sus sentimientos por Amelia son genuinos y luchará por demostrarle que su amor es sincero. ¿Podrá Noah romper las barreras del pasado y convencer a Amelia de que su amor es un faro en la oscuridad? ¿O el destino los separará para siempre, dejando a sus corazones rotos y a sus hijos sin un hogar?
Leer másLa vida en la mansión Koch había alcanzado un ritmo glorioso. Cada mañana era un despertar lleno de promesas y cada noche, una sinfonía de sueños infantiles. Los trillizos, que ahora tenían once años, y los mellizos Victoria y Daniel, de seis, eran el corazón de ese hogar.Un martes cualquiera, la mansión era un hervidero de actividad. Gabriela, que ya era toda una preadolescente, intentaba convencer a Mateo de que su nuevo videojuego era más importante que los libros.—¡Solo un nivel, Mateo! —insistió Gabriela, con la consola en la mano.Mateo, que llevaba unas gafas que le daban un aire intelectual, negaba con la cabeza.—Estoy en un pasaje crucial de mi novela de aventuras. Un caballero no abandona su misión.Sofía, sentada en el suelo, dibujaba un intrincado jardín.—Ustedes dos siempre en sus mundos. ¿No les aburre?Isabella, la melliza risueña, correteaba tras Daniel, el más pequeño.—¡Los persigo! ¡Son mi dragón y mi caballero!Amelia sonreía desde la cocina, donde estaba prepa
Los años, caprichosos arquitectos del destino, habían esculpido una nueva realidad en la vida de Noah Koch y Amelia Gutiérrez: la mansión era ahora un hogar rebosante de vida, un santuario donde el amor había echado raíces profundas y había florecido en la más hermosa de las familias.Los niños, que ahora tenían diez años, eran el vivo reflejo de la unión que los había traído al mundo. Gabriela, la líder innata, mostraba la determinación de su padre y una bondad natural que la convertía en la protectora de sus hermanos.Sofía, que había heredado la gracia y el espíritu artístico de Amelia, era el alma sensible; su risa contagiosa iluminaba cualquier habitación.Y Mateo, el pensador silencioso, poseía una inteligencia aguda y una curiosidad insaciable que lo llevaba a desentrañar los misterios del mundo. Eran tres mundos distintos, pero giraban en perfecta órbita, inseparables; su vínculo se había forjado en el milagro de su llegada.La llegada de los mellizos Victoria y Daniel, cinco
Los meses posteriores a la boda de Noah y Amelia en los idílicos jardines de la mansión Koch estuvieron llenos de amor, risas y el dulce caos de la paternidad.Los trillizos habían superado sus primeros desafíos con una fuerza admirable y, con casi un año, se habían convertido en el centro de un hogar lleno de vida.Sus balbuceos se convertían en intentos de palabras y sus gateos, en exploraciones audaces que mantenían a todos en alerta.Por la mañana, mientras Amelia intentaba darle la papilla a una muy enérgica Gabriela, que parecía más interesada en pintar la pared que en comer, Sofía, sentada en su trona, reía a carcajadas, y Mateo observaba la escena con su habitual seriedad.—¡Gabriela, por favor, cariño, abre la boca! —rogó Amelia, con una mancha de puré en la mejilla—. ¡No quiero que termines desayunando en el techo!Noah entró en la cocina con el traje de negocios impecable, pero con una sonrisa enternecedora al ver la escena.—Buenos días, tesoros. ¿Problemas en el frente, c
El sol de Boston, cálido y generoso, bañaba los jardines de la mansión Koch, transformándolos en un lienzo de ensueño para el evento más esperado: la boda de Noah y Amelia.Después de la turbulencia, el dolor y la victoria sobre las sombras del pasado, este día era el símbolo de su amor indeleble, una celebración de la vida y la familia que habían forjado con resiliencia.Amelia, ataviada en un deslumbrante vestido de novia de encaje y seda, se miraba al espejo con una sonrisa que le iluminaba el rostro.Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y una paz profunda. Lucero, con sus propias lágrimas de felicidad, ajustaba el velo, mientras Alma sostenía una pequeña corona de flores frescas, tejida con amor para la ocasión.—Mi niña, estás… estás más hermosa que nunca —susurró Lucero, secándose una lágrima.—Siempre soñé con este día, Amelia. Mereces toda la felicidad del mundo —añadió Alma, con voz suave y llena de cariño.Amelia las abrazó a ambas. —Esto es gracias a ustedes también
La mansión Koch había encontrado un ritmo. Los trillizos, con su creciente energía y sus demandas, llenaban cada rincón con su presencia vibrante.Amelia y Noah se habían adaptado asombrosamente a su nueva vida como padres, pero en medio de la dicha y el caos, la pareja sentía la necesidad de reconectar, de reclamar su intimidad perdida, ahora que la amenaza de Amaloa era solo un eco lejano y los bebés dormían plácidamente en sus cunas.Al anochecer, después de una maratónica sesión de biberones, cambios de pañal y nanas, Noah y Amelia lograron, por fin, dejar a los pequeños a cargo de las enfermeras neonatales.El silencio en su habitación se sentía inmenso, casi abrumador, después del constante murmullo de la casa.Noah la observó mientras Amelia se despojaba de la ropa del día, su cuerpo, aunque aún recuperándose del parto, irradiaba una belleza madura y una fortaleza que lo cautivaba.Amelia se giró, sintiendo la intensidad de su mirada.—¿Todo bien, Noah?Noah se acercó a ella, t
La mansión Koch rebosaba vida. El eco de los balbuceos de Gabriela, Sofía y Mateo marcaba el ritmo de sus días con una melodía constante.Las semanas se habían convertido en un dulce caos y Amelia y Noah se habían adaptado con sorprendente gracia a la maravillosa y agotadora realidad de la paternidad con trillizos.Al final de la tarde, cuando los bebés dormían la siesta y la casa recuperaba un efímero silencio, Noah invitó a Amelia a sentarse en el salón, bajo la luz suave que se filtraba por los ventanales. El ambiente era tranquilo, pero Amelia percibió una seriedad inusual en su mirada.—Amelia, mi amor —comenzó Noah, tomando su mano con ternura—, hay algo de lo que necesitamos hablar. Algo que mereces saber sin secretos ni mentiras.Amelia lo miró con curiosidad.—¿Tiene que ver con Amaloa o con Enzo? Creí que habíamos hablado de todo eso.—No precisamente sobre ellos —suspiró Noah, ahogado por viejos remordimientos—. Es sobre Sarah. Sobre su vida... y sobre cómo Amaloa lo utiliz
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