Amelia Gutiérrez, una hermosa joven sin recursos, se muda a Boston en busca de un futuro mejor y así ayudar a su tía a salir de prisión. Desesperada por su situación, acepta convertirse en madre subrogada para Noah Koch, un adinerado empresario que ha perdido recientemente a su esposa. A través de una inseminación artificial, Amelia queda embarazada de trillizos, y la convivencia diaria con Noah hace que ambos se enamoren. Sin embargo, un malentendido lleva a Amelia a creer que Noah solo está jugando con ella, y decide huir con sus bebés en camino. Noah, quien había jurado no volver a amar tras la muerte de su esposa, se da cuenta de que sus sentimientos por Amelia son genuinos y luchará por demostrarle que su amor es sincero. ¿Podrá Noah romper las barreras del pasado y convencer a Amelia de que su amor es un faro en la oscuridad? ¿O el destino los separará para siempre, dejando a sus corazones rotos y a sus hijos sin un hogar?
Ler maisLaredo (Texas).
En la ajetreada terminal de Laredo, Amelia esperaba con el corazón apesadumbrado el tren que la llevaría a Boston. Su destino era la mansión de Noah Koch, un hombre poderoso e influyente, donde trabajaría gracias a la gestión de Alma, amiga de su tía Lucero.
La injusta encarcelación de Lucero, que se ganaba la vida vendiendo comida en las calles, pesaba sobre Amelia como una losa. La pobreza las había marcado, y ahora, con el escaso dinero que le quedaba, solo podía permitirse un viaje en tren.
Mientras esperaba, Amelia se sumía en sus tristes pensamientos, consciente de la dura realidad que enfrentaba, pero con la esperanza de que este nuevo trabajo le brindara la oportunidad de ayudar a su tía y cambiar su suerte.
Con el corazón en un puño, Amelia subió apresurada al tren, aferrándose a su pequeño bolso y a una maleta de mano. Se sentía vulnerable y sola, pero la imagen de su tía Lucero, su único apoyo, la animaba. Estaba decidida a trabajar sin descanso para reunir el dinero necesario y contratar a un abogado que la liberara.
Una vez instalada en su asiento, Amelia fijó la mirada en el paisaje que se deslizaba tras la ventana. Entonces, algo la invadió por dentro y, con voz queda, casi un susurro, se prometió:
—Te sacaré de prisión, tía. Lo juro por Dios que te sacaré de allí.
La firmeza de sus palabras era genuina, pero la tristeza la desbordó y las lágrimas comenzaron a rodar silenciosas y persistentes por sus mejillas, como un río que fluía con la fuerza de su amor y su desesperación.
Boston.
Noah Koch se desplomó junto a la lápida de Sarah, su esposa. El frío mármol era un eco de la calidez que se había instalado en su corazón. Las lágrimas corrían por sus mejillas, mezclándose con la lluvia que caía sobre el cementerio de Boston, un paisaje que le parecía desolado y sin vida.
—Sarah, mi amor —susurró con la voz entrecortada—, no puedo creer que te hayas ido. Cada día que pasa es una agonía, un recordatorio constante de tu ausencia. El mundo sigue girando, pero para mí se ha detenido. ¿Cómo se supone que debo seguir adelante sin ti? Eras mi luz, mi compañera, mi todo. Ahora solo queda oscuridad, un vacío que nada ni nadie podrá llenar jamás.
El dolor le oprimía el pecho e impedía que respirara. Se sentía perdido, como un barco a la deriva en un mar de lágrimas, sin rumbo ni esperanza.
Noah se encontraba atrapado en un laberinto de dolor y soledad, luchando cada día por levantarse de la cama y por encontrar sentido a una vida que había quedado vacía desde la partida de Sarah.
Su corazón, una sombra de lo que fue, latía con fuerza solo al pensar en el sueño que compartieron: tener un hijo. La idea de encontrar una madre subrogada se convirtió en su única luz en medio de la oscuridad, en el último hilo de conexión con su amada.
Cada vez que cerraba los ojos, podía imaginar el rostro del niño que nunca llegó, como un eco de risas y juegos que se desvanecieron con la ausencia de su esposa.
Era un intento desesperado de atrapar su espíritu en un ser pequeño, de construir un puente hacia el pasado que lo mantuviera vivo, aunque fuera en forma de recuerdo tangible.
Pero cada paso en esa dirección era un aviso punzante de lo que había perdido y la tristeza se entrelazaba con la esperanza formando una mezcla devastadora que lo mantenía despierto en noches interminables.
Al día siguiente...
—¿A dónde vas con tanta prisa? —le pregunta Mía, su hermana.
—A la oficina, como siempre —responde Noah con desdén.
—A veces creo que te olvidas de respirar. ¿No podrías tomarte un momento para descansar?
—No tengo tiempo para eso, Mía.
—No todo en la vida es trabajo, Noah. Deberías relajarte un poco.
—¿Relajarme? ¿Y perder el tiempo? Tengo cosas más importantes en mente.
—Tal vez lo importante sea cuidarse a uno mismo primero.
—No puedo permitirme pensar en eso ahora.
—Pero deberías. La vida no es solo responsabilidad.
—Ya veré, Mía. Ahora tengo que irme.
—Cuídate, Noah. Aunque no lo creas, me importas.
—Lo sé. Gracias —dijo Noah esbozando una media sonrisa.
Antes de partir, Noah mira a su hermana de reojo, consciente de que no la verá durante todo el día. Sus ojos se cruzan brevemente, revelando una mezcla de complicidad y nostalgia. Sin decir una palabra, se despide con un ligero asentimiento y se dirige directamente hacia el coche que lo espera en la entrada.
El conductor, impecablemente vestido de negro, abre la puerta con respeto y Noah se sienta en el asiento trasero, dejando atrás la calidez del hogar, mientras su mente se anticipa a las responsabilidades que le esperan en la empresa.
Mía observa la puerta cerrada y la figura de Noah desvanecerse. Alma se acerca y su mano cálida se posa en el hombro de Mía.
—Lo extrañas, ¿verdad? —señala Alma, la ama de llaves.
—Más de lo que imaginas, Alma. Desde que se fue Sarah, él... no es el mismo.
—Lo sé, mi niña. La pena es un manto pesado.
—Y ahora, esta obsesión... Buscar una madre sustituta. ¿Acaso no ve que se está perdiendo a sí mismo?
—Su dolor lo ciega, Mía. Pero tú estás aquí. Eres su luz.
—¿Será suficiente? A veces siento que lo estoy perdiendo, Alma. Que ambos nos estamos perdiendo.
—Mía, mi niña, sé que estás preocupada por Noah, pero tengo buenas noticias. Amelia, la joven de la que te hablé, llegará en unas horas.
—¿Amelia? Sí, la nueva sirvienta. Me alegra mucho, Alma.
—Es una chica muy capaz y trabajadora. La conozco desde que era una niña y te puedo asegurar que es de fiar.
—Si tú la recomiendas, no me cabe duda. Siempre has tenido buen ojo para la gente.
—Ella necesita este trabajo y necesitamos ayuda en la mansión. Creo que se llevarán muy bien.
—Estoy segura de que sí. Gracias, Alma. Me alegra tener una cara nueva en la casa.
—Verás que todo saldrá bien, mi niña. Ahora déjame preparar un té para que te relajes.
El tren se detuvo con un chirrido y sus pasajeros quedaron liberados en el bullicio de la estación de Boston. Amelia, agotada por el largo viaje, bajó con sus escasas pertenencias. La multitud la rodeaba y un ruido de voces y pasos la envolvía. Una señora mayor, con ojos llenos de sabiduría, notó la profunda tristeza que se reflejaba en la mirada de la joven.
—Disculpa, querida, ¿te encuentras bien? Pareces muy cansada.
—Sí, señora. Solo estoy cansada del viaje.
—Entiendo. Los viajes largos pueden ser agotadores. Si necesitas algo, no dudes en pedirme lo que sea.
—Muchas gracias, señora. Es muy amable.
Amelia se alejó, sintiendo un breve destello de calidez en medio de su cansancio y soledad. La amabilidad de la desconocida le recordó que aún quedaba bondad en el mundo, lo que le brindó un pequeño consuelo en su incierto futuro.
Amelia se quedó paralizada, recorriendo con la mirada el entorno familiar que ahora le parecía ajeno y distante. La imagen de su tía Lucero, con las manos esposadas y la mirada perdida, no dejaba de repetirse en su mente como un eco doloroso.
La confusión se transformó en un torrente de emociones y, sin poder contenerse, las lágrimas brotaron de sus ojos. Cada sollozo era un grito ahogado por la injusticia, un lamento por la mujer que siempre había sido su refugio y que ahora era una sombra de lo que solía ser.
En ese instante, el mundo a su alrededor se desvaneció y solo quedó el peso de la tristeza, un vacío que parecía devorarla por dentro. Amelia se sintió pequeña y desamparada, atrapada en un mar de incertidumbre, donde la figura de su tía se desdibujaba entre las lágrimas y el dolor.
Mientras salían de la clínica, el sonido del celular de Amelia irrumpió en el aire. La pantalla iluminada mostró el nombre de Enzo. Noah, a su lado, lo percibió y su mirada se endureció al instante, volviendo a su semblante habitual de frialdad. Amelia, con un disimulado intento de alegría, contestó.—¿Amelia? —se escuchó la voz de Enzo.—¡Enzo! ¿Cómo has estado?—Ya han pasado dos meses, no sabía si llamarte o no, pero he estado preocupado por ti, por tu embarazo.—Estoy bien, gracias a Dios —respondió Amelia, con una punzada de culpa por la presencia de Noah—. Vengo saliendo de la clínica, voy a tener trillizos.Noah la miró con una seriedad tan intensa que Amelia cambió de tema rápidamente.—¿Cómo va el restaurante? —preguntó.—Aún muchos comensales preguntan por ti. Si quieres, puedes venir, te invito a almorzar.—Es... está bien, adiós —dijo Amelia, colgando apresuradamente. Miró a Noah con nerviosismo. —Tengo que salir. Hasta luego.—¿Dónde vas? —la voz de Noah era baja, pero co
Capítulo 26: La mirada de Noah.El imponente Porsche de Noah se detuvo frente a la mansión, un lugar que, a pesar de su majestuosidad, Amelia seguía sintiendo ajeno y un tanto opresivo.La situación era, en el mejor de los casos, incómoda: vivir y trabajar bajo el mismo techo que el hombre a quien le había alquilado su vientre, la misma persona que era el padre biológico del bebé que llevaba dentro.Cada interacción era una situación contradictoria de la extraña e íntima conexión que los unía.Al bajar del auto, sus pies, traicioneros, se enredaron. Amelia sintió cómo el suelo se acercaba peligrosamente, pero antes de que pudiera caer, una mano firme la sostuvo por el brazo. La velocidad con la que Noah reaccionó la sorprendió.—Cuidado —murmuró él, y sus ojos, de un azul intenso, se fijaron en los de ella.En ese instante, el tiempo pareció detenerse. La mirada de Noah no era la habitual de indiferencia, sino una que se detuvo en cada rasgo de Amelia, revelando en su expresión un rec
La puerta de la oficina de Noah se cerró tras Amelia, liberándola por un momento de la frustración que le producía su nuevo puesto.Necesitaba un respiro del teléfono incomprensible y de los archivos laberínticos. Al salir al pasillo de la presidencia, sus ojos se encontraron con una visión familiar, una que le trajo una bocanada de aire fresco de Laredo: su mejor amiga, Erika.Erika, con una sonrisa radiante y la misma vitalidad de siempre, estaba de pie junto a un escritorio, una carpeta nueva en sus manos.—¡Erika! —exclamó Amelia, la sorpresa y la alegría aliviando por un instante la tensión.—¡Amelia! —respondió Erika, sus ojos brillando. La coincidencia era asombrosa; Erika había conseguido una beca para estudiar y, casualmente, un empleo en Empresas Koch.—Sí que el mundo es un pañuelo —dijo Amelia, una risa genuina brotando de su garganta.—Vaya que sí lo es —asintió Erika, acercándose un poco más—. Cuéntame, ¿cómo está tu tía?—Está muy bien. Ahora trabaja en la mansión Koch,
La luz de la mañana se filtraba por los altos ventanales de la oficina de Noah Koch, iluminando el lujoso espacio que ahora servía como nuevo campo de batalla para Amelia.Al día siguiente de la explosiva revelación en la mansión, Amelia se encontraba sentada en el reluciente escritorio de la secretaria, un teléfono sofisticado y una pila de documentos desconocidos ante ella.Había intentado atender las llamadas, descifrar los archivos y entender las instrucciones, pero cada tarea, por simple que pareciera, se convertía en un laberinto.Su mente, acostumbrada al ajetreo físico de un restaurante, no lograba comprender los intrincados protocolos de una oficina de alta dirección.Se sentía una inútil, un cero a la izquierda. Completamente abrumada, un nudo de frustración se le formó en la garganta. La voz se le escapó en un suspiro desesperado.—Renuncio —soltó de repente, la palabra resonando en el pulcro silencio de la oficina.Noah, que estaba concentrado en su propio escritorio, levan
El eco de la puerta cerrándose tras Amelia y Lucero apenas había cesado cuando la atmósfera en el despacho de Noah se volvió cortante.Mía miraba a su hermano, sus ojos, antes llenos de preocupación, ahora lanzaban dardos de resentimiento y una indignación apenas contenida.La ausencia de testigos hacía que la máscara de impasibilidad de Noah se resquebrajara, revelando una rara vulnerabilidad.—Quiero que me expliques qué vas a hacer ahora —demandó Mía, su voz baja pero firme, cada palabra un desafío. Se acercó al escritorio, apoyándose en él, buscando una respuesta que la satisficiera—. ¿Y si Amelia no quiere entregarte luego el bebé? No has pensado en eso, ¿verdad?Noah se removió incómodo en su asiento. La pregunta de Mía lo había golpeado en un punto débil, revelando una preocupación latente que se negaba a admitir.—Posiblemente sean dos —soltó Noah, cambiando de tema, su mente buscando desesperadamente una respuesta. Se aferró a la parte técnica, a lo controlable—. Apenas tiene
El imponente despacho de Noah Koch se convirtió en el escenario de una verdad inminente.Las puertas de madera maciza se cerraron con un suave clic, sellando a los cuatro dentro: Noah, Amelia, una furiosa Mía y una Lucero con el rostro pálido.El silencio que se instaló fue tan denso que casi se podía cortar con un cuchillo, cargado con las preguntas no dichas y las acusaciones latentes.Noah, quien solía dominar cualquier sala con su presencia, se encontró inusualmente incómodo.Buscó las palabras, su mirada se posó en Amelia, luego en su hermana, y finalmente en Lucero. El momento era pesado, la anticipación, asfixiante. Tras un breve segundo que se estiró en una eternidad, soltó la bomba, sin rodeos:—Amelia está embarazada. Y yo soy el padre.La noticia golpeó a Lucero con la fuerza de un puñete en la cara. Un jadeo se escapó de sus labios, y sus rodillas flaquearon, como si el suelo se abriera bajo sus pies.Sus sospechas, alimentadas por la fotografía del periódico y el inusual
Último capítulo