Extra.
La vida en la mansión Koch había alcanzado un ritmo glorioso. Cada mañana era un despertar lleno de promesas y cada noche, una sinfonía de sueños infantiles. Los trillizos, que ahora tenían once años, y los mellizos Victoria y Daniel, de seis, eran el corazón de ese hogar.
Un martes cualquiera, la mansión era un hervidero de actividad. Gabriela, que ya era toda una preadolescente, intentaba convencer a Mateo de que su nuevo videojuego era más importante que los libros.
—¡Solo un nivel, Mateo! —insistió Gabriela, con la consola en la mano.
Mateo, que llevaba unas gafas que le daban un aire intelectual, negaba con la cabeza.
—Estoy en un pasaje crucial de mi novela de aventuras. Un caballero no abandona su misión.
Sofía, sentada en el suelo, dibujaba un intrincado jardín.
—Ustedes dos siempre en sus mundos. ¿No les aburre?
Isabella, la melliza risueña, correteaba tras Daniel, el más pequeño.
—¡Los persigo! ¡Son mi dragón y mi caballero!
Amelia sonreía desde la cocina, donde estaba prepa