Capítulo 85. Epílogo.
Los años, caprichosos arquitectos del destino, habían esculpido una nueva realidad en la vida de Noah Koch y Amelia Gutiérrez: la mansión era ahora un hogar rebosante de vida, un santuario donde el amor había echado raíces profundas y había florecido en la más hermosa de las familias.
Los niños, que ahora tenían diez años, eran el vivo reflejo de la unión que los había traído al mundo. Gabriela, la líder innata, mostraba la determinación de su padre y una bondad natural que la convertía en la protectora de sus hermanos.
Sofía, que había heredado la gracia y el espíritu artístico de Amelia, era el alma sensible; su risa contagiosa iluminaba cualquier habitación.
Y Mateo, el pensador silencioso, poseía una inteligencia aguda y una curiosidad insaciable que lo llevaba a desentrañar los misterios del mundo. Eran tres mundos distintos, pero giraban en perfecta órbita, inseparables; su vínculo se había forjado en el milagro de su llegada.
La llegada de los mellizos Victoria y Daniel, cinco